Debido a que en este mes se cumplen 30 años del inicio de la Operación Guardián, una medida de Estados Unidos para contener la migración por su frontera con México, decidí abordar, en el texto anterior y en el presente, lo que ha sucedido en este periodo y vislumbrar lo que podría hacerse para atender y gestionar el desafío de las migraciones en nuestro hemisferio.
Guardián y sus muchas derivaciones hicieron de la frontera un muro físico, humano y tecnológico, que ha contenido gran parte de los flujos, pero ha causado sufrimiento y muerte de migrantes y ha hecho del cruce un enorme negocio para el crimen organizado, que terminó por reclutar o sustituir a los polleros de antaño, lo que ha generado corrupción, violencia e inseguridad en la franja fronteriza.
Después de tres décadas cabe preguntarse: ¿Se puede hacer algo más eficaz y productivo respecto de la migración, con los más de 6 mil millones de dólares con que cuenta anualmente la Patrulla Fronteriza? ¿Se puede optar por otro modelo que no implique la muerte de más de 600 migrantes cada año en la frontera, como ha sucedió en los tres más recientes?
¿El único camino posible es aumentar y aumentar presupuesto, agentes, muro y tecnología, sabiendo que en 30 años estos recursos se han convertido en demandantes de más y más recursos, con apetito siempre creciente? ¿Hasta qué punto se aprovecha el prejuicio del racismo o la amenaza del terrorismo para que se insista en modelos que cuando no son regresivos sí impiden llegar a soluciones de naturaleza distinta? ¿Por qué Estados Unidos, innovador siempre, sigue operando un sistema añejo en materia migratoria?
Estas preguntas son pertinentes, pero insuficientes, porque también los países emisores de migrantes deben analizar sus responsabilidades.
¿Qué nos toca hacer a los países latinoamericanos para evitar que sigan saliendo connacionales hacia la Unión Americana en busca de oportunidades laborales, o bien, en busca de seguridad, escapando de la violencia y del crimen organizado? ¿Y cuál es la responsabilidad de los regímenes autoritarios que expulsan o causan la salida masiva de sus nacionales, que huyen de la persecución o de la falta de libertades políticas y económicas?
Quizá haya que retornar a lo básico: una mejor gestión de la migración indocumentada depende de acuerdos bilaterales o multilaterales, porque no hay un solo país que pueda hacerse cargo del desafío que implica.
Es posible que a pesar de lo que hemos aprendido como países, y no obstante el imperativo de actuar de manera diferente, nos mantengamos todos en nuestras trincheras, con la estrategia de victimizarnos o de culpar a los otros hasta de errores o decisiones propias. Tal vez nos resistamos unos años, pero tendremos que reconocer que urgen nuevas ópticas y acuerdos de colaboración, porque la migración del siglo XXI, masiva, diversa, creciente, multinacional, demandante de asilo, requiere de renovadas visiones y soluciones.
A menos que queramos repetir los lamentables errores que todos los países involucrados hemos cometido en estas tres décadas.
POR MAURICIO FARAH
ESPECIALISTA EN DERECHOS HUMANOS
@MFARAHG
EEZ