Los contrastes al respecto de la mujer en México son impactantes. Por primera vez en nuestra historia, las dos candidatas que registran mayor intención de voto son mujeres. Nunca se había tenido la cuasi-certidumbre de que una mujer sería la siguiente en gobernar nuestro país. Al mismo tiempo, siete de cada 10 mujeres mayores de 15 años en México han sido víctimas de violencia. ¡Vaya contrastes!
En el mundo de la política, las mujeres comienzan a tener presencia —incluso algunas están dejando huella—, pero al mismo tiempo —quizá lo habrán notado ustedes— nada dicen los nuevos libros de texto gratuitos sobre la necesidad de combatir la muy extendida violencia de género (el nuevo modelo 4t de la educación pública no incluye ningún material didáctico o evidencial para igualar el piso entre hombres y mujeres).
Así, quien solo tome en cuenta los números de las mujeres participando en el quehacer político de nuestro país podría pensar que tenemos una participación equitativa y un país propulsor de políticas de género.
En la mesa directiva de la Cámara de Diputados, 10 de sus 11 integrantes son mujeres. Ana Lilia Rivera, de Morena, es la presidenta del Senado, mientras que la presidenta de la SCJN es Norma Piña. En el Frente Amplio por México, las dos finalistas al puesto de coordinadoras de cara a la contienda presidencial del 2024 fueron mujeres. México cuenta con 9 gobernadoras, y el gabinete federal llegó a estar conformado por hasta 8 mujeres (y 11 hombres).
Y eso es solo mencionando a “mujeres en la política y/o servicio público” en lo general. Falta precisar si hacen una labor encomiable o si solo se encuentran de adorno en algunas oficinas…
Menciono todo lo anterior porque eso es parte de lo que los y las analistas de opinión debemos comprender y subrayar: ser mujer y contender por un puesto público (o detentarlo) no es sinónimo de excelencia, ni siquiera necesariamente de mejora. Tampoco debe ser motivo para que guardemos silencio ante los errores, las carencias y los actos deshonestos de cualquiera de ellas.
La sororidad entre mujeres no debe ser confundida voltear hacia otro lado solo porque “es mujer”, o porque milita en la fuerza política con la que simpatizo, o porque enarbola las causas que quisiera ver reflejadas en un plan de gobierno. Los desafíos en México para erradicar la violencia en contra de la mujer son tan enormes y de orden multifactorial que no se debe caer en el juego de un feminismo mal entendido. Se requieren políticas públicas integrales estructuradas desde el Estado y una sororidad social que nunca debe ser confundida con permisividad o pasividad.
En la esfera pública debemos lograr que las mujeres empoderadas ayuden a que termine la violencia en contra de todas las otras mujeres. Mientras esta continue, no se puede hablar de un “avance en favor de la mujer”.
Estamos ante la oportunidad histórica de demostrar que las mujeres pueden hacerlo diferente. Pero “diferente” no es sinónimo de mejor. Como también que dos mujeres compitan no es sinónimo de que las formas patriarcales terminen o se combatan en primera instancia.
Decir que por tener dos candidatas a la Presidencia de la República las formas patriarcales desaparecen es miope.
Debemos comprender que a la ciudadanía poco le interesa si el sistema político es patriarcal o no; lo que requiere son soluciones a las necesidades más apremiantes y mejores políticas públicas. Precisamente porque vivimos en un país machista, lo que es fundamental —al menos para este 2024– no es un debate sobre el sistema patriarcal, sino llevar a la Presidencia a una candidata que pueda unir a todos los mexicanos.
Mientras no se entienda que hay que construir en unidad (ellas y ellos), continuaremos viendo cómo se aleja más y más la mujer que habita en el mundo político de la que vive a ras de piso.
POR VERÓNICA MALO GUZMÁN
COLABORADORA
VERONICAMALOGUZMAN@GMAIL.COM
@MALOGUZMANVERO
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