La inteligencia artificial (IA) ha sido nuestra compañera desde hace mucho tiempo.
Después de la prueba de Turing, donde una máquina imitó respuestas humanas, en 1956 se empezó a hablar sobre la llegada de la inteligencia artificial —fue el año en el que se usó por primera vez aquel término—.
En 1997, la deep blue computer venció al campeón mundial de ajedrez, Gary Kasparov. Sin duda, la llegada del ChatGPT a finales de 2022 se convirtió en el punto de inflexión al acercar el uso de la inteligencia artificial a millones de personas de forma comercial, ágil y a gran escala.
De manera simplificada, la IA es la capacidad de hacer lo que un cerebro humano hace en unos minutos, pero en segundos y con cientos de miles de cerebros a la vez, “pensando” en paralelo.
Hasta ahora, la IA solo ha podido replicar parte de la inteligencia humana, es decir puede aprender y resolver situaciones o retos específicos.
Como por ejemplo: detectar patrones en el mercado de valores y tomar decisiones con base en ciertas reglas, o también identificar mutaciones genéticas para detectar enfermedades.
En el futuro cercano habrá AGI (Inteligencia Artificial General), que se espera pueda realmente hacer todo lo que la mente humana puede hacer. La gran incógnita es cómo replicará la parte emocional.
La IA, como todo cambio tecnológico exponencial, ha generado gran incertidumbre. McKinsey prevé que la IA podría automatizar las actividades que absorben 60-70 por ciento del tiempo en el trabajo.
Sin embargo, no es la primera vez que enfrentamos un cambio con el potencial de transformar nuestra forma de vida.
Como relata Irene Vallejo en El Infinito en un Junco, cuando apareció el libro, existía un gran temor de que la palabra escrita afectara nuestra capacidad de diálogo, aprendizaje y memorización; incluso, grandes pensadores como Sócrates se opusieron a su adopción. Con el tiempo se constató que el libro amplió enormemente nuestras capacidades humanas.
Tenemos una oportunidad invaluable de usar esta herramienta de forma responsable para encontrar soluciones a los grandes problemas: pobreza, educación, cambio climático, bienestar y salud.
Para ello, es fundamental contar con una gobernanza de la IA para que se use de forma ética.
La buena noticia es que podemos participar en este esfuerzo como individuos y como sociedad.
Cada vez que damos un click estamos “enseñando” a la inteligencia artificial y definimos qué aceptamos y qué no, a través de su uso.
Es momento de abrir a la reflexión entre gobierno, empresas, universidades y sociedad para diseñar una gobernanza de estas nuevas tecnologías que genere bienestar compartido.
Sin lugar a dudas habrá retos, problemas, e inclusive crisis. Hemos vivido muchos cambios, siempre con aprendizajes.
La inteligencia artificial es otra prueba para la humanidad.
POR PAULINA CAMPOS
VICEPRESIDENTA DE INTEGRIDAD Y CUMPLIMIENTO, TECNOLÓGICO DE MONTERREY, MAESTRA EN POLÍTICAS PÚBLICAS, HARVARD
@PAULINACAMPOS
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