Todos los días escuchamos los términos: "neoliberales" y "conservadores" para descalificar a los políticos que gobernaron el país durante las últimas tres décadas y, se marca una distancia ideológica con la nueva era a partir de los comicios de 2018.
Desgraciadamente, la democracia dejó de ser una vocación funcional de los Estados contemporáneos. La democracia, aquella remota idea concebida por los filósofos griegos, corregida y afinada por los pensadores renacentistas y reformulada por los juristas y politólogos modernizadores durante el último tercio del siglo XX, persiste pero, como lo explicara Huntington en un nuevo anti clima, en una peligrosa involución.
La humanidad a lo largo de más de dos mil años, ha vivido en cuatro modelos económicos de producción: Esclavismo, feudalismo, capitalismo y globalización. Sin embargo, el tránsito del capitalismo a la globalización es un proceso inconcluso y, la nueva era -la era global y digital- avanza debilitando la mayor conquista civilizatoria: la democracia moderna.
La transición democrática más importante en el mundo, tuvo su verificación durante la segunda mitad del siglo pasado y fue paralela a la acentuación del libre comercio mundial y sus instrumentos internacionales. El neoliberalismo acuñó un modelo de sujeción de los países libres del compromiso ideológico comunista (derrotado tras la “Guerra Fría”), a la alineación económica con el FMI y el Banco Mundial.
Modelo qué exigió clausulas democráticas: división de poderes; elecciones libres y mecanismos de protección de los derechos humanos. Desde luego que la receta democratizadora impuesta para ser incluido en los procedimientos de la globalización estuvieron plagadas de ejemplos de simulación y soluciones de apariencia pero nadie puede refutar que hubo y persisten frutos de esas “transformaciones interesadas” en los dividendos de la mundialización de la economía.
En consecuencia, desde mediados de los años ochenta del siglo anterior y durante la primera década del nuevo sigo, se desencadenó el neoliberalismo. Y, en respuesta reactiva el “neopopulismo autoritario” qué, ha cobrado por la vía electoral, un auge inusitado y que amenaza desmontar las arquitecturas democráticas de los países emergentes que, como México, habían logrado esquemas democráticos de mediana intensidad; pero, la globalización y sus efectos han movido de su eje a las democracias consolidadas ( las europeas). En unas y en otras se acusa una propensión autoritaria que debe alarmarnos.
La democracia no puede sobrevivir si en el trance se extingue la confianza popular en la legalidad como vía para resolver o remediar las controversias mayores y las menores de cada día.
A pesar de sus limitaciones, la democracia debe garantizar mínimos imprescindibles como : seguridad humana (publica); libertades para la recreación cultural y espiritual; y certidumbre para alcanzar la prosperidad personal y la comunitaria conforme las oportunidades tangibles e intangibles que debe proveer y promover el Estado.
La democracia -al margen de las toxinas ideológicas, de supuesta “derecha” y/o de “izquierda”- se acusen de neoliberales y conservadores o de neo populistas autoritarios-, puede ser elástica y útil para intentar resolver las delicadas y deplorables injusticias estructurales y encontrar compensatorios sociales para mitigar los marcados contrastes socioeconómicos entre los más favorecidos económicamente y los más empobrecidos.
Definitivamente, la democracia como lo dijera Churchill es la menos mala de las formas de gobierno, pero paralizar o peor aún descarrilar sus instituciones y procedimientos debiera ser inaceptable.
POR FRANCISCO ACUÑA
COMISIONADO DEL INAI
@F_JAVIER_ACUNA
LSN