A 12 días del 8 de marzo, la violencia en contra de las mujeres nos arroja a la cara hechos que revelan su trágico e inaceptable avance, desde el hallazgo de cinco mujeres calcinadas en Celaya, hasta la quema de una figura de la ministra Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), pasando por el criminal bullying que llevó a la muerte a la adolescente Norma Lizbeth.
Todo a la vista de todos.
En algún tiempo solíamos decir que hacía falta visibilizar la violencia en contra de las mujeres, concientizar a la sociedad, que las víctimas levantaran la voz, que las viéramos y oyéramos, que se documentaran las agresiones, que hubiera más estadísticas, instituciones, encuestas, estudios.
Quizá suponíamos, como Sócrates, que bastaba con que supiéramos la verdad para practicar el bien.
Si éramos indolentes, acosadores, violentos, era por ignorancia, y si las instituciones no actuaban eficazmente para garantizar seguridad y justicia a las mujeres era por no saber lo que pasaba.
En consecuencia, en cuanto se socializara la información sobre agresiones en su contra, cambiaríamos, y entonces, todos juntos, poderes de la Unión, instituciones del Estado, sistema de justicia, ciudadanas y ciudadanos, todos nos lanzaríamos absolutamente decididos a la indispensable misión de acabar con la violencia de género. Pero esa ingenuidad o esperanza está ampliamente rebasada.
Desde hace años está documentado que, en México, siete de cada 10 mujeres mayores de 15 años han enfrentado una situación de violencia, en su mayoría de violencia sexual y psicológica.
Sabemos que desde hace al menos una década han sido asesinadas entre nueve y 10 mujeres en cada uno de los tres mil 650 días que van desde 2013 hasta ahora.
De poco o nada ha servido saberlo.
El promedio persiste y por periodos se incrementa.
Al dolor de los miles de familias a las que se ha privado de una de sus integrantes, madre, esposa, hermana, hija, sobrina, nuera, se suma otro dolor, que, incluso, por insólito que sea, es aún más agudo y profundo: la desaparición de mujeres, lo que no deja de ser un eufemismo, porque no desaparecen: se las llevan para propósitos ruines e indignantes; a muy pocas se les rescata, otras mueren en vida en redes de trata y muchas más son asesinadas.
Este hecho imperdonable, el de secuestrar a una niña o a una mujer para abuso o explotación sexual o para otras deleznables vertientes del crimen, sucede 20 veces cada día en el país desde hace más de 10 años. A estos crímenes hay que agregar las violaciones, el acoso, el hostigamiento, la inequidad laboral, la violencia familiar, las amenazas, las llamadas agresiones ácidas y muchas otras formas de violencia de género.
No sólo no hemos encontrado la manera de contener esta marea de crímenes en contra de las mujeres, sino que, además, nos hemos dedicado a contemplar, con inútil asombro, con insólita pasividad, una altísima impunidad.
POR MAURICIO FARAH
SECRETARIO GENERAL DE SERVICIOS ADMINISTRATIVOS DEL SENADO
@MFARAHG
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