Malos modos

Cuatro veranos, de Benito Taibo

Si se trataran de describir en una palabra “Cuatro veranos”, el nuevo libro de Benito Taibo

Cuatro veranos, de Benito Taibo
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Si se trataran de describir en una palabra “Cuatro veranos”, el nuevo libro de Benito Taibo, esa palabra debería ser “encanto”, que es la propiedad que distingue categóricamente a tres de los cuatro relatos que componen este libro de memorias. Un libro construido en torno a tres viajes muy reales más el terrible viaje interior, el viaje del confinamiento, a que nos obligó la pandemia, que obliga al autor a escribir en un tono muy diferente, en el que el encanto, de manera obligada, sí, aparece, pero homeopáticamente, más a cuentagotas. Sus virtudes son otras.

En los tres primeros relatos Benito, conocido por su gancho con los lectores jóvenes, como certifican los ríos de dinero que seguramente le han llegado por “Persona normal”, leidísima novela, voltea hacia el joven que fue –lamento decirlo– hace ya bastante rato, un joven sin rumbo académico, lector sin pausas, tragón y más bien calenturiento, al que sus padres, con sentido común, mandan de viaje, sucesivamente, a La Paz (la de Baja California); a Nuevo México, donde vive ese notable poeta del exilio español que fue Ángel González, para que aprenda inglés, sobra decir que fallidamente; y a Gijón, que es, de forma también conocida, la nave nodriza de la que salieron esos extraterrestres dedicados a escribir que son los Taibo (sobra decir que esto es un elogio). ¿En qué radica el encanto?

En que desde la memoria, que es un asunto maleable y tramposo, Benito sabe construir un personaje entrañable, esa habilidad que le conocemos por sus novelas de –perdonarán el terminajo– ficción. El secreto, me parece, radica en que al Taibo de hoy le cae bien el Taibo adolescente, pero no deja de verlo con una sabrosa ironía.

Así, el Taibo joven es un tipo afectuoso y disperso al que nunca le dejan de apestar las patas; que lee en defensa propia, como tantos lectores; que es un cinéfilo a prueba de balas, también en defensa propia; que come más de la cuenta y lo disfruta caloría a caloría, y que no es que fracase con las mujeres, pero que tampoco logra un éxito definitivo con ellas. Además, virtud nada desdeñable, es un sujeto con buen ojo de viajero, que trae un retrato preciso, vívido, de las arideces desérticas de Baja California Sur y Nuevo México y de la contrastante efervescencia de Asturias, tierra –es hora de decirlo– sagrada.

El cuarto relato, decía, es otra cosa: una muy buena y muy angustiante bitácora del encierro, con el maldito virus allá afuera y, adentro, un Benito memorioso, melancólico, que se cuece ya como al tercer hervor y dedica sus días a recordar, a escribir y, sobre todo, a leer: el viaje interior, viaje literario, a que me refería, un contrapunto a los relatos anteriores, que a lo mejor, en conjunto, pueden leerse como una novela de iniciación.

Lean “Cuatro veranos”. En editorial Planeta.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR  

@JULIOPATAN09

MAAZ

 

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