El oficialista Sergio Massa tuvo que esperar casi dos décadas, en las cuales fue armando alianzas y formando estructuras con la mira de llegar a la Presidencia de Argentina, y es muy probable que eso suceda el próximo domingo. Sin olvidar que es el peronista menos peronista de todo el peronismo.
Massa no se desesperó y, tras ser jefe de Gabinete en uno de los mandatos de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), abandonó el gobierno enfrentado con la entonces Presidenta para fundar su propio partido político, Unión por la Patria.
Luego se candidateó para las presidenciales en 2015, cuando salió tercero detrás de Daniel Scioli y Mauricio Macri, quien terminó ganando la elección en un balotaje, es decir, en una segunda vuelta.
Pero el ministro regresó a la coalición oficialista en 2019 para postularse como diputado nacional, una decisión que sus detractores consideraron incongruente. Por eso siempre intenta hacer equilibrio entre las distintas corrientes del peronismo.
Como líder de la Cámara de Diputados, Massa se hizo cargo de la actividad parlamentaria durante la pandemia y fue un ferviente defensor de las sesiones con formato híbrido, para evitar la transmisión; eso le redituó muchos dividendos.
El año pasado, tras la renuncia de Martín Guzmán y una gestión muy corta de Silvina Batakis, Massa, quien se distingue por su alto valor negociador, asumió como ministro de Economía. Todo este recorrido fue fundamental para que hoy esté en el porche de la Casa Rosada.
Además sumamos que, con la baja popularidad que registran el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández –quien maneja los hilos del peronismo–, Massa era el que contaba a la vez con mejor intención de voto y mayor respaldo de gobernadores y líderes sindicales.
Y lo demostró en la primera vuelta con 37 por ciento de los votos en su favor, después de lograr un mal resultado de 27 por ciento en las primarias.
Aunque en su cargo no le ha ido nada bien. Argentina atraviesa por una grave crisis económica, con casi 140 por ciento de inflación interanual y 40 por ciento de pobreza. Desde 2018, tiene un programa crediticio por 44 mil millones de dólares con el FMI, una herencia maldita inevitable.
Su pragmatismo le ha permitido hacer malabares con las alianzas económicas y financieras para buscar una salida a la crisis.
Como prometió en un mitin: "Tengo el coraje para hacer los cambios que hagan falta y para cambiar los funcionarios, para empezar un nuevo gobierno y una nueva etapa en Argentina".
Para la mala fortuna política de su rival, el nacionalista Javier Milei, en la primera vuelta de las presidenciales no pudo avanzar más allá de lo que logró en las primarias con 30 por ciento de los votos. En ese primer momento sorprendió por su discurso extremista, donde el tema central eran las críticas a lo que él llama la “casta parasitaria”, o sea el gobierno y la clase política.
También cautivó la promesa de desaparecer el Banco Central, como la solución a la crisis económica. De acuerdo con los resultados de la primera vuelta, todo parece indicar que su oferta se quedó corta, igual que su trayectoria.
POR ISRAEL LÓPEZ
COLABORADOR
ISRAEL.LOPEZ@ELHERALDODEMEXICO.COM
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