El mundo contemporáneo se ha vuelto un lugar altamente peligroso. El mundo bipolar de la Guerra Fría enfrentado entre comunismo y capitalismo, inaugurado después de la Segunda Guerra Mundial en 1945, concluyó con el colapso de la Unión Soviética en 1990.
A pesar de la amenaza permanente de guerra nuclear, las dos potencias principales, Estados Unidos y URSS, tuvieron tanto la autoridad como la fuerza políticas para ser garantes de la paz mundial. Ese hecho no evitó guerras locales, como en Vietnam o sobre la península de Corea, pero fue suficiente para asegurar que sus impactos fueran menores y sin alejarse de su esfera de influencia inmediata.
Visto retrospectivamente, fue un momento histórico de cierto equilibrio de fuerzas en el mundo que tuvo, como efecto, una estabilidad política mundial notable. Incluso, la crisis de los misiles en Cuba se resolvió entre las dos potencias en un marco de racionalidad. El único dispuesto a volar el mundo en pedazos era Fidel Castro pero, por fortuna, era un simple peón en manos de Jruschov, el líder soviético del momento.
Tampoco alteraron grandemente los equilibrios mundiales las guerras de liberación nacional, libradas principalmente en África o las guerrillas latinoamericanas. Las potencias básicamente respetaron sus respectivos “patios traseros”, como fórmula para la paz.
Los 45 años de Guerra Fría después de la Segunda Guerra Mundial no prepararon al mundo para el colapso de esa “paz pactada”. Cuando sucedió el colapso de la Unión Soviética, fue recibido y aplaudido como una victoria occidental sobre el sistema inferior de oriente. Occidente expresó una visión corta y de poca profundidad, regodeándose en su “victoria”, sin ideas de cómo prepararse para lo que venía.
Fukuyama convenció a los líderes occidentales de que lo peor ya pasó, y ahora venían fenómenos de menor peso, peligro y cuantía. De 1990 a 2010, apenas 20 años, duró esa ensoñación occidental de superioridad. Mientras festejaban estar en la cima del mundo, pensando que el nuevo orden unipolar era para siempre, abajo se fermentaban nuevas formas de rebelión y cuestionamientos al orden mundial. Las señales de un nuevo orden multipolar se dejaron sentir a partir del nuevo siglo.
El gigante chino era, sin duda, la señal de que los centros económicos se desplazaban subrepticiamente y de forma relativamente natural y silenciosa. China logró transformarse en una economía de mercado, dejando atrás preceptos socialistas, pero reteniendo las características de un régimen político centralista y unipartidista.
Viet Nam y Camboya, otrora economías declaradamente socialistas, dieron el mismo giro pragmático. Tan es así que hoy existen solamente dos economías claramente comunistas: Corea del Norte y Cuba. Fuera de esos países, el mundo es un mercado.
La inversión de occidente en China ha sido espectacular. Las grandes empresas de occidente tienen operaciones productivas, distributivas y financieras en China. Viet Nam también es un centro atractivo, porque, como dicen los inversores, son economías abiertas de mercado que ofrecen estabilidad política y laboral, por ser regímenes autoritarios. No hay huelgas en China como sí las hay en Estados Unidos: verbigracia, la huelga automotriz, la del sector de salud y la de los trabajadores de la industria del entretenimiento.
Rusia se transformó en un capitalismo autocrático, burocrático y centralista. Pero es capitalismo, al final de cuentas. Eso es lo que se argumentaba, aceptando el regreso a un régimen autoritario, pero “capitalista”. La disputa entre capitalismo y socialismo se resolvió a favor de aquel. Pero la disputa ahora se centra en conquistar mercados y, por tanto, nuevos territorios. El apetito de conquistador territorial de Putin es la característica central de su régimen.
Ucrania obviamente era un pastel que se le escapó a Rusia en el momento de la desintegración de la Unión Soviética. Ahora es cuando pretende su recuperación territorial, bajo la narrativa que sea. Putin acusa a Ucrania de ser un régimen guiado por principios del nazismo, incluso ignorando que el Presidente ucraniano es judío, personalmente. Parece que es un detalle ante el argumento mayor para justificar ir a la guerra de conquista de tierras ucranianas.
En Medio Oriente la guerra religiosa tiene, como mínimo, once siglos. Tres religiones emergen de la misma fuente originaria, y se disputan, entre sí, el título del original, el verdadero, el portador de la Verdad. Cada una de esas religiones (judaísmo, islamismo y cristianismo) ideó un Dios distinto, el correcto, el Verdadero. Y por esos Dioses se matan.
Es una situación imposible de resolver, pero lo que ha creado es, después de China, Rusia y Occidente, un nuevo foco de potencias bélicas capaces de gran destrucción: Israel e Irán. Operan en su lógicas propias, aunque ahora con bombas atómicas.
Corea del Norte posee armas nucleares también, e indica disposición a usarlas, un poco a la usanza de Fidel Castro. “O vivimos todos o nos morimos todos” parecen decir los norcoreanos. Ese país vive entre una población hambrienta y una opulencia atómica sin paralelo, por lo menos en Asia. Ni Japón, ni Corea del Sur o Australia cuentan con ese nivel de armamento y desigualdad. Ahora emerge una nueva potencia asiática: India, con la mayor población del mundo y una gran potencia económica y tecnológica. India es otro actor cuyos ejes de acciones no responden a una directriz “superior”.
En este nuevo mundo peligroso, abundan, además actores no-estatales armados, bien financiados y dispuestos a todo para lograr sus objetivos. En Asia, Medio Oriente, África y América Latina operan grupos organizados y financiados con proyectos económicos, políticos y/o religiosos. Los yihadistas de Medio Oriente, Talibanes en Asia Central, los conflictos religiosos y militares entre India y Pakistán, los yihadistas del Sahel en África, las tribus de África central y sur, los narcotraficantes de América Latina (México, Colombia, Venezuela, Ecuador), los grupos de autodefensas, las guerrillas marxistas como remanente de la Guerra Fría.
Fanatismo religioso e ideológico se concatenan con el lucro del narcotráfico en todo el mundo para crear una nueva clase de “guerreros mundiales anti estatales” que no están necesariamente controlados, aunque sí muchas veces relacionados, con los objetivos de algunos Estados nacionales, como Irán, Rusia, Estados Unidos, China, Israel, Francia, Siria, Turquía.
Estos actores anti estatales tienen la capacidad de poner en jaque a los gobiernos nacionales, como se ha visto con el narcotráfico y la guerrilla en Colombia y México. Esos dos países se encuentran inmersos en crisis profundas mientras se debaten entre resistir las presiones del narcotráfico o ceder la funcionalidad del Estado a esos intereses.
Se acabó la era del control de las superpotencias sobre las franjas rebeldes de países que no se sometían al orden establecido por ellos. Hoy la característica del mundo es su fragmentación en mil ejes distintos de fuerzas centrífugas y centrípetas que buscan avanzar sus agendas a través del uso de la fuerza y coacción.
No hay una pista central controladora del acontecer mundial. Eso se acabó. El narcotráfico ha tenido un impacto particularmente relevante en el proceso de fragmentación, porque ha facilitado el empoderamiento de grupos relativamente pequeños y aislados al ofrecerles acceso a financiamiento, logística, impunidad y armamento que de otra manera jamás hubieran obtenido.
Así, un grupo anti estatal como Hamas nunca se hubiera atrevido a enfrentar al Estado de Israel, si no fuera por el financiamiento que recibe de fuentes estatales y extra estatales. Pero hay cientos de ejemplos de grupos parecidos por todo el mundo.
La fragmentación y balcanización de los centros de poder y su limitada legitimidad, como se ha visto recientemente con los cuestionamientos a la ineficacia de las Naciones Unidas, ilustra la urgencia de crear nuevos pactos de gobernabilidad en el mundo. Un paso hacia ese fin podría representar un acercamiento entre China y Estados Unidos. Es hora de que los países responsables tomen el timón del mundo porque, de otra manera, corren con prisa hacia un precipicio catastrófico de violencia y desorden.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
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