En la consciencia mexicana, aún predomina la imagen del político no como servidor público que debe rendir cuentas, sino como un embustero, un vivales; un personaje de Luis Spota, a veces encantador pero siempre desconfiable; el licenciado trajeado y marrullero, hábil para grillar y mediocre para administrar, guiado por el crudo aforismo de que “el que no tranza no avanza”. Legado de una larga etapa autoritaria, el oficio político en México celebra el oportunismo y ve con ternura cosas como los principios o la congruencia.
Sirva el caso de Alejandro Moreno, líder del PRI, y la polémica en torno a la militarización. Con gran dramatismo,hasta hace poco decía: “no van a intimidarme, aunque me metan a la cárcel”. Pero Alito no tardó en doblarse como origami. Resultó bravucón con sus aliados y sumiso al lopezobradorismo. A cambio de impunidad, vendió el voto de sus diputados y saboteó la alianza opositora. Quiso disfrazar esto de pragmatismo, “es por el bien de la nación, etc.”, pero lo cierto es que no le creen ni los priistas y menos los ciudadanos.
La oposición debe aprender la lección que encarna Alito: su oportunismo lo alcanzó, lo ha convertido en el político más desprestigiado de México (que ya es decir), tiene a su partido al borde de la extinción y, pese a someterse al gobierno, vive con la espada de Damocles encima, sin poder siquiera disfrutar con paz mental o jurídica su muy cuestionable patrimonio.
Cierto, hacer política –sobre todo en democracia– implica transigir, ceder algunas cosas para conseguir otras. Muchos de nuestros logros (desde la independencia, consumada mediante un pacto entre los antiguos adversarios Guerrero e Iturbide) no fueron resultado de acuerdos ideales sino de transacciones realistas, que requirieron conciliar intereses diversos. Pero es muy diferente el pragmatismo que la abyección o la ingenuidad.
Sin renunciar a dialogar con el oficialismo, la oposición debe reivindicar el valor de la congruencia. Porque hay temas objetivamente no negociables, como el control civil de la seguridad pública o la gran batalla que viene para defender la autonomía del INE. Porque no se puede confiar ni ceder ante un gobierno que abiertamente rompe sus promesas y viola la Constitución. Y porque, visto fríamente, la congruencia es una inversión electoralmente más redituable que el oportunismo, ante un electorado crecientemente informado y exigente.
Algunos analistas señalan que hay algo de positivo en que el lopezobradorismo coopte a la oposición traicionera. Es una purga benéfica, argumentan: que quienes no tienen convicciones o tienen la cola larga se vayan antes de que los truenen en las elecciones; que se queden los congruentes, para articular un bloque opositor electoral y legislativo quizá más pequeño, pero confiable. Hay algo de cierto en tal diagnóstico, como lo insinué en mi columna anterior.
A medida que se acaba el sexenio, se fractura la coalición gobernante en la pelea por la sucesión y en el Senado se mantiene el bloque de contención, el lopezobradorismo quiere brincarse la Constitución mediante nuevas “consultas populares” ilegales, organizadas por la Secretaría de Gobernación, como en el pasado autoritario. Ahora para legitimar la militarización, después para someter al INE, y para lo que se ofrezca. Ante esta amenaza, México, y en particular la oposición, necesita políticos pragmáticos, pero también que sepan decir sí y no sin ambigüedades. Hay momentos y asuntos para transigir y otros para ser contundente. La oposición debe ser hoy congruente, de entrada, por principio, pero además por mera supervivencia. El electorado está castigando el oportunismo, y qué bueno.
POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
COLABORADOR
@GUILLERMOLERDO
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