Morena no logró romper la alianza opositora en el Senado, provocando un escenario político nuevo. En múltiples sectores los acuerdos políticos crujen y tienden a quebrarse o transitar a redefiniciones de forma y fondo. Con ésta situación se abren nuevas ventanas de oportunidad, tanto para AMLO como para la oposición. Vamos por partes.
El epicentro de la nueva situación se centra en la crisis interna aguda del PRI. Por lo pronto hoy existen dos facciones visibles en ese partido: la de Alito junto con sus diputados de la nomenclatura y la de los senadores priistas, conformada por fuerzas ligadas a dos ex presidentes Salinas y Peña Nieto, y a un gobernador en activo: Del Mazo. Hay un verdadero choque de trenes en ese partido. La facción de Alito está dedicada a movilizarse para evitar que su líder caiga en la cárcel por sus actividades ilegales (su caso se parece mucho a las acusaciones que pesan sobre Cristina Fernández de Kirchner en Argentina). En cambio, el otro sector del PRI se ha dedicado a defender la agenda política acordada con la coalición Va Por México, con PAN y PRD. Es el choque frontal entre una agenda personal y otra política.
Alito está dispuesto a fusionar su partido con Morena a fin de no ser encarcelado. La otra facción priista defiende al partido no solo para que no desaparezca, sino para que siga siendo un actor político independiente y relevante en México, mostrando tener una agenda contraria a la de Morena. De ese tamaño es su dilema. Además, se les atraviesa la realidad en el camino a las partes priistas en pugna: las elecciones en Coahuila y muy particularmente en el Estado de México. Lo que suceda en el Estado de México va a ser determinante para el resultado de la elección presidencial del año siguiente.
En esos dos estados el PRI histórico sabe que debe mantener la alianza de Va Por México si pretende seguir siendo políticamente relevante para el país. Por lo tanto, debe aceptar una realidad dolorosa, pero inevitable: su balcanización interna como partido. La balcanización significa que cada estado tomará sus decisiones sobre las alianzas que son más convenientes para su futuro, aunque sea en detrimento de otras decisiones partidistas. Lo mismo va a ocurrir en la Ciudad de México: el PRI es uno en la alianza Va Por México y es otro (en vía de extinción) sin ese acuerdo. El PRI enfrenta una decisión existencial, todo ello precipitado por la decisión suicida de Alito y su nomenclatura.
Visto desde otro ángulo, qué bueno que Morena atacó al PRI ahora, y no durante la campaña presidencial. Esta “sacudida al árbol” de los eslabones débiles de Va Por México es, en realidad, algo positivo para la oposición. Ya se vio el efecto que tuvo el ataque a Anaya durante su campaña presidencial.
Hablando del PAN, sucede algo parecido, aunque con mucho menor alcance sobre ese partido. Convertir la acusación del “cártel inmobiliario” dentro del PAN en la Ciudad de México en un activo a su favor es imposible para Morena. Su problema es que todos los jefes de Gobierno del PRD-Morena (AMLO, Encinas, Ebrard, Mancera y Sheinbaum) han propiciado un boom inmobiliario ilegal y desordenado en la Ciudad de México, cuyo símbolo emblemático es el desarrollo de Mitikah, justamente en la Alcaldía de Benito Juárez. Todos ellos, incluyendo funcionarios menores, han metido las manos en ese barril sin fondo, cobrando favores en efectivo para que avanzara el proyecto. Por eso no le pueden hacer nada a Mancera a pesar de odiarlo: él les sabe de todas sus transas, tanto en el desarrollo inmobiliario así como en en la construcción de la Línea 12 del Metro. Las mafias se amenazan entre sí, pero también se protegen porque sus corruptelas son compartidas.
El ataque al PAN de la Ciudad de México está diseñado para debilitar el liderazgo nacional de Jorge Romero, cuyo origen político es Benito Juárez, y de Santiago Taboada, actual Alcalde de Benito Juárez y aspirante a ser el candidato de Va Por México a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Morena no aspira a desaparecer al PAN, como sí pretende desaparecer al PRI, sino más bien a debilitarlo hacia las contiendas del 2024. Piensa que así podrá retener la Ciudad de México en el 2024, a pesar del descrédito del mismo Presidente y su gobierno entre la población capitalina.
En el caso del supuesto “cártel inmobiliario” sucede lo mismo que en el caso del PRI: al sacudir el árbol y exponer los casos que Morena cree que le van a servir para ganar las elecciones del 2024, su denuncia irónicamente resulta en beneficio de la oposición. Al exponer estos casos ahora, corriendo el velo de la vileza de AMLO y los suyos, se logra que en 2024 ni Alito ni el “cártel inmobiliario” sean temas creíbles para el electorado. Y eso permitirá a la oposición centrar sus baterías contra lo fundamental: la visibilización del fracaso de la administración morenista y la necesidad de la corrección del rumbo para el país.
El caso de AMLO queriendo destruir a la oposición desde ahora y no esperar al 2024 ofrece una mirilla interesante sobre cómo quiere retener la presidencia. Piensa que la oposición está frenéticamente encarrerada en la lucha sucesoria por la presidencia, como él y sus precandidatos. Piensa que la oposición está internamente polarizada como sí lo está Morena entre sus precandidatos presidenciales.
Es un error de cálculo presidencial que acarrea consecuencias. Se equivoca, porque la oposición está en otro proceso. Apenas está definiendo su forma de organización para enfrentar el proceso 2024. No ha resuelto cómo crear la estructura que requiere para integrar cómodamente a los cuatro partidos: PRI, PAN, PRD y MC. Además, debe definir y asumir como activo su relación con las organizaciones ciudadanas emergentes, cuya influencia va mucho más allá de su capacidad organizativa. La influencia ciudadana es mucho más moral que estructural, pero con un profundo impacto electoral.
La tarea inmediata de la oposición es decidir qué hacer sobre este tema organizativo y político. Por eso, la “sacudida al árbol” le ayuda mucho para fijarse más serenamente en cómo lograr su conformación y cómo solucionar sus procedimientos internos. Al sacudirse de las amenazas internas, la oposición dialécticamente se hace más sólida.
Una vez resueltos los aspectos políticos de su coalición, entonces, y sólo entonces, podrá la oposición fijarse en quién debería ser el portador de su estandarte presidencial. Lo más probable es que esa definición vendrá después de las elecciones estatales de 2023, principalmente resolviendo la del Estado de México.
Lo que queda claro es que el Presidente y Morena sufrieron una derrota en toda su línea de flotación en el Senado. Por más “consultas” sobre la Guardia Nacional que improvise AMLO no podrá borrar el impacto que esa derrota tendrá en el Estado de México y en la elección presidencial de 2024. Entre la sacudida del árbol y la firmeza democrática de los senadores, a la oposición se le ha abierto un escenario totalmente nuevo para llegar al 2023 y 2024 con una dinámica ganadora. Debe aprovecharla al máximo.
POR RICARDO PASCOE
ricardopascoe@gmail.com
@rpascoep
MAAZ