El tema de los extranjeros, particularmente norteamericanos, que han decidido mudarse, desde hace tiempo, pero especialmente a raíz de la pandemia, ha llamado la atención, especialmente de la prensa internacional. Un par de reportajes de Los Ángeles Times y El País dan cuenta de la oleada de profesionistas estadounidenses, la mayoría jóvenes, muchos de ellos con empleos tecnológicos, otros en industrias creativas, que han decidido laborar desde la Ciudad de México. Las notas, que buscan lograr color para los lectores internacionales, no están libres de la idea colonialista de México como un país exótico, valorado por su folclor, cuya esencia se encuentra en riesgo ante jóvenes residentes que no saben español y participan en tours para conocer mercados.
También les preocupa que en lugar de tacos, se consuman en abundancia vinos y quesos de alto precio y calidad cuestionable. El pretexto para los artículos es algún incidente en redes que, como sucede siempre en las mismas, generó un zafarrancho en contra de alguien que invitaba a pasar una temporada en la CDMX. La verdad es que, lejos de ser hostil, la ciudad recibe con hospitalidad a los visitantes permanentes.
En los artículos se manifiesta también la preocupación porque los nuevos capitalinos sean responsable del incremento de los precios de las viviendas y que incluso contribuyan a acentuar la exclusión social.
Lo que sucede es el resultado natural de la Ciudad de México como una ciudad global, sede de operaciones de empresas internacionales, conectada a Norteamérica en todos los sentidos, meca de actividades creativas, capital regional, del país, de Centroamérica y el Caribe, bien provista de servicios y con una oferta cultural, gastronómica y de entretenimiento envidiable. En la ciudad se encuentra el mejor restaurante de América del Norte, El Pujol, y el segundo, Quintonil, cuyo chef, Jorge Vallejo, fue considerado como el mejor este año. La seguridad es buena, con problemas serios en barrios periféricos, tal y como sucede en las grandes ciudades de Estados Unidos.
El tipo de actividad laboral actual permite que las personas puedan decidir moverse alrededor del mundo, temporal o permanentemente, de acuerdo a los ingresos, intereses y necesidades de cada persona.
Eso sucede en otras ciudades globales. Se trata en realidad de un factor positivo para la ciudad, los ingresos que se generan en otros países son gastados en el nuestro, lo que genera empleo y se aprovecha la importante infraestructura de servicios ya existente.
En ese sentido la Ciudad de México se parece a Tijuana, que recibe la mudanza de las personas que huyen de los altos precios inmobiliarios de San Diego, o de Vallarta o Los Cabos, en dónde se han constituido comunidades copiosas de estadounidenses o canadienses, en estos casos adinerados.
Los extranjeros no son culpables de los altos costos de la vivienda y de los servicios de la Roma, la Condesa y de otras colonias que las han recibido como la Juárez, la Cuauhtémoc o la Nápoles. Hace años que eso sucede.
El problema es que no hemos encontrado la manera de producir en esas zonas, o en otras cercanas, vivienda accesible para compra o renta. Tampoco generar una oferta suficiente de bienes culturales y de entretenimiento al alcance de todos. Mucho menos capturar las plusvalías generadas para mejorar la inversión pública en esa zona, y en otras cercanas, para hacerlas accesibles a toda la población y compartir así la riqueza producto del mayor poder de compra.
Es también probable que se pueda aprovechar el capital humano, e incluso financiero, de nuestros nuevos vecinos, para impulsar industrias como la educativa, tecnológica, las creativas, las de servicios financieros y los proyectos de emprendimiento. Nuestros nuevos vecinos pueden ser consumidores de servicios impagables en su país, como los médicos, pero también, ayudarnos a contrarrestar deficiencias nuestras, como el rezago en la enseñanza de idiomas.
Es necesario además encontrar mecanismos para que los ingresos que se generan se reflejen en los salarios, en la capacitación, en la movilidad, y en general en las oportunidades laborales y la calidad de vida de las personas que trabajan en ofrecer los servicios de esas zonas de la ciudad.
Por lo pronto, en algo estoy de acuerdo con los artículos de color de las corresponsales internacionales, el vino, y los quesos, en la capital siguen siendo caros y de calidad cuestionable.
POR VIDAL LLERENAS
LLERENASVIDAL@HOTMAIL.COM
@VIDALLERENAS
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