APUNTES DE GUERRA

Palabras que matan

Por eso es que tenemos que marcar nuestra raya y no aceptar, nunca, y bajo ninguna circunstancia, los discursos de odio

Palabras que matan
Valeria González Ruiz / Apuntes de Guerra / Opinión El Heraldo de México

El viernes pasado, hacia el mediodía, Salman Rushdie se acomodaba en el escenario para comenzar su participación en un foro dedicado a hablar del papel de EU como refugio para escritores, bajo asedio o persecución. 

El tema, siempre relevante, lo era ahora doblemente ante el incremento de amenazas a la libertad de expresión alrededor del mundo, tras el regreso del Talibán en Afganistán, la invasión rusa a Ucrania o el recrudecimiento de la mano dura en China y Hong Kong.

Además, nadie mejor que Rushdie para ilustrar los riesgos muy reales de la persecución y el acoso: el multipremiado escritor ha vivido bajo una condena de muerte, dictada en 1989 por la entonces máxima figura política y sobre todo religiosa del régimen iraní, el ayatolá Jomeini, líder de la revolución islámica que derrocó al Sha de Irán y sembró la semilla política del fundamentalismo en el mundo musulmán. El por qué: una novela ensoñadora que, con el título de Los Versos Satánicos, pintaba con humor ácido al profeta Mohamed, entre otras grandes figuras religiosas.

Desde entonces la vida del escritor estuvo marcada por la, a la vez terrible y esperanzadora, dicotomía del temor y la creación: en estos 33 años Rushdie no ha dejado de escribir, de hablar, de incitar a la imaginación, a la fantasía. Y sus odiadores no han cesado de hostigarlo, de buscar cumplir un mortal edicto provocado solamente por las palabras en una obra literaria.

Como ya es sabido, Salman Rushdie recibió el viernes 10 puñaladas de un atacante que ni siquiera había nacido cuando se publicó la novela, ni cuando se emitió la fatwa, que seguramente jamás leyó las páginas que la provocaron, que actuó guiado sólo por el odio destilado de las consignas de un clérigo del odio y la intolerancia.

Si no es usted un apasionado de la lectura podría tal vez pensar que es este un episodio aislado, o que es sólo ejemplo del radicalismo islamista, pero se equivocaría, apreciable lector, lectora. Hoy en día los discursos y expresiones de odio están en todas partes, con derecho de paso, lo mismo en las colinas de Afganistán que en las calles de Washington, Nueva York o París. O de cualquiera de nuestras ciudades también.

Hace no mucho un amigo me decía, a propósito de la colección de insultos que vuelan en las redes, que “es sólo Twitter”, como si eso lavara el impacto de las ofensas y agravios, de las incitaciones a la violencia verbal o de plano física.

Tal vez esa misma persona habría dicho hace tres décadas: “Es sólo un ayatolá”, para minimizar la trascendencia de ese ponzoñoso edicto, pero hoy vemos, en ese caso y en tantos otros, que las palabras sí importan: pueden elevar, pueden lastimar, y pueden, también, matar.

Por eso es que tenemos que marcar nuestra raya y no aceptar, nunca, y bajo ninguna circunstancia, los discursos de odio.

POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
@GABRIELGUERRAC

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