COLUMNA INVITADA

Caló hondo asesinato de Jesuitas

La sociedad cada vez se vuelve más insensible ante la ola de asesinatos que se informan en los medios de comunicación

OPINIÓN

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Eduardo Macías Garrido / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La sociedad cada vez se vuelve más insensible ante la ola de asesinatos que se informan en los medios de comunicación, o bien
se han acostumbrado a este tipo de noticias que ya se ven con total normalidad.

No abonan en nada los comentarios que se hacen desde la máxima tribuna del país, ante tal cúmulo de homicidios dolosos de los que se nos informan diariamente a lo largo y ancho de la república mexicana. Ya no cabe la justificación de que esta violencia es el resultado de sexenios anteriores, hoy ya deberían verse resultados en la presente administración, si se tuviera una estrategia clara y seria contra la inseguridad.

El asesinato de los padres de la compañía de Jesús, cuyos miembros son comúnmente conocidos como jesuitas, orden religiosa de clérigos regulares de la iglesia católica fundada en 1534 por el español Ignacio de Loyola, caló hondo en la sociedad mexicana.

Cualquier homicidio es reprobable, pero este en particular nos debe invitar a reflexionar sobre el grado de descomposición al que hemos llegado. Matar a sangre fría a integrantes de una misión jesuita que se dedica a la reconciliación, que trabaja para que las
mujeres y hombres puedan reconciliarse con Dios, consigo mismos y con los demás, es incomprensible.

El sicario que mató a un guía de turistas y a los dos curas jesuitas, todavía permaneció hablando con un tercer cura al que no disparó. Luego de matar a los sacerdotes Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, dos amigos cercanos del pueblo, se quedó platicando con un tercer religioso, incluso se arrodilló y le pidió perdón, le pidió la confesión.

Independientemente, de que el sicario identificado como José Noriel Portillo, alias “El Chueco”, es señalado como el principal
sospechoso del triple homicidio, y desde hace más de una década es el azote del municipio de Urique, en Chihuahua, adueñándose de la vida, sueños y acciones de los pobladores de esa región de la Sierra Tarahumara, hoy no es el momento para ver quién tiene la culpa, sino por qué este individuo no estaba tras las rejas.

Este fenómeno se llama impunidad, y es el resultado de una complicidad que permite que mujeres, hombres y niños inocentes,
sean asesinados por la delincuencia organizada, ante la mirada distante de las autoridades.

Hoy, ya no da para más la estrategia de “abrazos no balazos”, quedó superada ya hace algún tiempo, máxime que la principal
obligación del Estado es salvaguardar la seguridad de sus gobernados. Pareciera que hoy se protegen más a los que infringen
la ley que a los que deben ser cuidados de la delincuencia organizada.

La estrategia de “abrazos no balazos” ha dejado mucha sangre, dolor e impotencia en un gran número de familias mexicanas, que
ven con horror que se encuentran en manos del crimen organizado, sin protección alguna. A ellos, quien les devuelve a sus hijos, a sus esposas o esposos asesinados, quien les da abrazos, porque balazos queda claro que sobran.

El justificar una estrategia fallida como lo hace el impresentable de Epigmenio Ibarra, rey de las series de narcos, es querer tapar el sol con un dedo, es ser demasiado cínico o desvergonzado para no arrodillarse ante el dolor del prójimo. Hoy más que nunca debemos atender al llamado de los que más sufren, de los que más necesitan al Estado, que hoy está ausente en la materia.

POR EDUARDO MACÍAS GARRIDO

eduardomacg@icloud.com
@eduardo84888581

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