MIRANDO AL OTRO LADO

Como arena entre los dedos

Las oportunidades para unir a la oposición en 2024 están desapareciendo, como arena entre los dedos

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Las oportunidades para unir a la oposición en 2024 están desapareciendo, como arena entre los dedos. Contagiado por el virus de la polarización, la infección del sectarismo y el radicalismo empiezan a sustituir la generosidad y humildad en la conducta de la sociedad civil que añora una solución a la tragedia que ha significado la llegada del morenismo al poder. En vez de unirse con causa común, las oposiciones, tanto partidarias como ciudadanas, tienden a encontrar razones por las cuales la justificación unitaria es vista como demasiado débil y poco convincente. Incluso carente de necesidad histórica.

Este virus está motivado, hay que admitirlo, por la cultura general del país. México vive una etapa de su historia donde la división y la confrontación han tomado ascendencia sobre el diálogo y la unión. Claro, las condiciones objetivas del país propician la desunión y el encono.

La presencia del narcotráfico tolerado por el gobierno, su violencia y desacato al Estado de derecho son factores de disgregación social. La violencia que genera el narcotráfico se disemina hacia otros poros de la sociedad, como el agua que trasmina paredes, casas, sociedades enteras. La violencia fertiliza la polarización, el disenso y justifica el enfrentamiento y el individualismo.

La crisis económica también alimenta la confrontación social y política. Factores como la inflación, el desabasto y la creciente penuria de las familias mexicanas no hacen más que abonar al conflicto social y la tentación al desacato de las reglas de relaciones civilizadas entre clases sociales. La informalidad económica es una invitación a nunca obedecer ciertas reglas, entre ellas las reglas de la civilidad.

Claro, el instigador mayor del espíritu polarizador, de confrontación y el radicalismo es el propio Presidente de la República. Ha convertido a su cargo en el espacio privilegiado para dividir a la sociedad, buscando definir los enemigos del proyecto ideológico que él enarbola, considerando que la subordinación a sus postulados es la condición necesaria para colocarse del lado correcto “de la Historia”. Cualquier otra opción es, según él, equivocada y perversa.

Por tanto, no sorprende descubrir que la polarización es parte del ADN de Morena e invade sus conductas internas, cuando se prepara para la definición de su candidatura presidencial. Las divisiones se acentúan y se profundizan. La disputa entre quienes proponen radicalizar las políticas públicas y quienes sugieren ir más despacio augura una guerra civil interna en ese partido. Unos radicales, otros neoliberales. Ahí empieza el odio.

En la oposición, cunde también serios problemas, como si se hubiera transferido los métodos sectarios de Morena a las estructuras políticas y ciudadanas de agrupaciones que buscan el cambio en el país. La polarización y el sectarismo morenista parece traspasarse, con todo y su virulencia, a las fuerzas opositoras. Y, permitiéndome un pronóstico temprano, abre la posibilidad de impedir la unidad opositora con miras a la elección presidencial de 2024.

En estos tiempos previos a grandes ajustes estructurales de la economía, de la sociedad y de la política, los temperamentos se desbordan, radicalizando y encontrando razones para afianzar posturas intolerantes y haciendo ejercicios de rechazo y diferenciación, incluso entre los propios aliados.

Volteando la mirada hacia los partidos políticos, destacan Morena, PRI y PAN como los que están envueltos en disputas internas duras y divisivas por sus liderazgos, por candidaturas y por las líneas políticas que deben enarbolar hacia las elecciones en el Estado de México en 2023 y la presidencial del 2024. Las disputas internas del PRD, MC, Verde y PT, aunque igualmente virulentas, son actores menos relevantes, por su condición de ser los carros-cabuses del tren electoral.

La movilización ciudadana en sus múltiples y diversas organizaciones también muestra signos de sufrir el padecimiento del sectarismo y radicalismos que hoy corroen las entrañas de sus contrapartes en los partidos. El odio a la 4T y al Presidente parecen ser guía para su propuesta programática. Pero también el desprecio abierto hacia los partidos de oposición.

Hoy Alito es un obvio objeto de odio para los integrantes de organizaciones ciudadanas, y el desprecio hacia ese líder se traslada automáticamente a su partido. Y mañana el desprecio será para Marko Cortés, Presidente del PAN y, consecuentemente, hacia su partido. Y nada bueno que decir de los líderes del PRD, PT, Verde y MC.

En la insurgencia ciudadana existe la idea, obviamente mal planteada, de que sus organizaciones se conducen con una superioridad ética y moral sobre los partidos, con la autoridad que eso supuestamente entraña, como para despreciar al sistema político en su conjunto. Tan es así que desprecian la presencia de los partidos políticos opositores al mismo tiempo que dicen convocantes a la “unidad” para hacer avanzar al país hacia una nueva, y más sana, democracia.

Estas rupturas entre sociedad civil con la clase política, y organizaciones ciudadanas de los partidos políticos, es el recetario perfecto para una tormenta política que se avecina en el horizonte histórico de México.

En las sociedades latinoamericanas donde esta misma combinación de factores se ha dado, su devenir suele pasar por las sombrías experiencias de los cuartelazos. Ante la incapacidad de los civiles para ponerse de acuerdo en sus reglas y dirimir sus diferencias, razonan en los cuarteles, estamos llamados a poner orden. ¿Suena descabellado?

En Chile, Uruguay, Brasil y tantos otros países de América Latina creían en la lealtad absoluta de las Fuerzas Armadas a las Cartas Magnas de cada nación. Hasta que dejaron atrás la lealtad para “salvar” al país de los civiles incompetentes. Salvador Allende juraba que había asegurado la lealtad militar, al igual que dice López Obrador, quien jura tener la lealtad (léase subordinación) absoluta de las fuerzas castrenses a su “proyecto”. Vean la historia de los países donde los civiles de todos los colores y sabores demostraron su singular incapacidad de ponerse de acuerdo en las reglas mínimas que condicionan sus prácticas, decisiones y ejercicios políticos.

México se está empezando a parecer demasiado a otros países que han transitado por esas rutas amargas. Los partidos políticos atraviesan períodos de crisis. Es de esperar que tengan la capacidad institucional de restablecer su funcionalidad interna y la representatividad social que ostentan. Y en lo referente a las organizaciones ciudadanas, que tienen sellos de origen de tipo ideológico o social perfectamente identificables, es deseable que se alejen de la absurda presunción de alguna superioridad moral frente a los partidos políticos, para sumarse, todos, en un proyecto de rescate de la nación.

De no lograr esa unión para construir un andamiaje institucional basado en la tolerancia, el diálogo y la democracia, el país corre el verdadero peligro de deshacerse ante nuestros ojos, como la arena que se escapa entre los dedos.

POR RICARDO PASCOE

ricardopascoe@gmail.com

@rpascoep

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