La aparente calma con la que el presidente Joe Biden y su gobierno han respondido a lo que muchos estadounidenses consideran como presión latinoamericana, para que se invite a países con regímenes dictatoriales a la IX Cumbre de las Américas, es vista, al menos por algunos en Estados Unidos, como una señal de debilidad.
La disposición de Biden a mantener ecuanimidad y negociar con gobiernos latinoamericanos que condicionaron su asistencia a la inclusión de países como Cuba, Nicaragua y Venezuela, llevó a algunos republicanos, como el senador Marco Rubio, a proponer que la cumbre hemisférica de la próxima semana en Los Ángeles se convierta más bien en una reunión de democracias.
Pero Biden es considerado como un Presidente débil. O al menos uno que puede ser desafiado sin consecuencias, como lo hicieron ya legisladores demócratas que bloquearon las propuestas económicas de su propio jefe de partido.
A los estadounidenses no les gusta la idea de un Presidente débil. Baste recordar la imagen de Jimmy Carter, que gobernó de 1976 a 1980, y enfrentó crisis históricas, del aumento de precios del petróleo a la toma de 200 rehenes en la embajada de su país en Teherán. Nadie niega su decencia, pero hay un enorme contraste entre el juicio a su gobierno y el claro afecto a su labor humanitaria como expresidente.
Cierto que, según analistas como Bill Schneider, tampoco están cómodos con la idea de un Presidente autoritario y vengativo, como es la imagen de Donald Trump, a pesar de que su actual fuerza dentro del Partido Republicano parece hacerlo el favorito para lograr la candidatura presidencial en 2024.
Pero, de acuerdo con los medios, el mensaje de Trump enfrenta cada vez más renuencia, tanto entre los republicanos, como entre los estadounidenses en general. Sus constantes quejas sobre la trampa que dice hubo en las elecciones de 2020, que no ha podido demostrar, lo consolidaron como líder de la extrema derecha, pero provocan desconfianza y reservas crecientes entre los republicanos tradicionales.
Para los demócratas el problema es diferente. La debilidad, real o percibida de Biden se refleja en su respuesta a las demandas de los latinoamericanos y el hecho de que días antes del inicio de la reunión no haya claridad respecto a la lista y nivel de los asistentes, mientras la agenda parece tan definida como obvia: migración hacia EU, crecimiento económico, cambio climático y recuperación del COVID-19.
Biden difícilmente podría invitar a Cuba, Nicaragua o Venezuela sin enfrentar una tormenta política doméstica. La posibilidad de desairarlo parece fácil, dado el surgimiento de competidores económicos como China y la tendencia introspectiva estadounidense.
Pero los demócratas no quedarán contentos con el desdén contra su Presidente, aunque ellos mismos lo vean débil, y los republicanos no lo agradecerán, porque lo verán como señal de que deben recuperar respeto... y temor.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1
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