COLUMNA INVITADA

Jaime Sabines, poeta mayor

Reflexiona así sobre el origen de una obra poética que se levantó como un gigante sobre la ortodoxia

OPINIÓN

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Miguel Ángel Pineda / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

“En el fondo estamos solos. La poesía es un intento por frustrar la soledad…Ella ocurre de todos modos como un accidente, un atropello, un enamoramiento, un crimen, ocurre diariamente, a solas, en la soledad purísima, cuando el corazón del hombre se pone a pensar en la vida”.

Jaime Sabines reflexiona así sobre el origen de una obra poética que se levantó como un gigante sobre la ortodoxia, sobre la poesía de métrica y elaboradas metáforas, con versos cotidianos donde los “amorosos siempre están yendo hacia alguna parte y saben que nunca han de encontrar”.

Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 25 de marzo de 1926. Su madre fue Luz Gutiérrez y su  padre Julio Sabines, quien era jefe revolucionario. Su infancia en el rancho La lomita, dijo Sabines, dio carne y sustancia a su poesía. Se volvió el declamador del pueblo aún niño.

A los 15 años ganó su primer concurso literario y en 1944 publicó sus primeros poemas en el diario escolar “El estudiante”. “Respirar esa luz que nos viene del mundo”, escribiría. Se atisbaba ya la voz de un poeta mayor.

Su paso como estudiante de medicina durante tres años en la Ciudad de México, fue vivido por Sabines como la mayor tragedia de su vida. “Por eso me hice poeta, porque mi obra es una larga autobiografía”, diría a Carla Zarebska, autora del libro “Jaime Sabines, algo sobre su vida”.

En 1946 se encuentra a su ex condicípula de preparatoria, Josefa Rodríguez, la Chepita de sus poemas, en las calles del Cetro Histórico de la ciudad de México. Su unión duró toda la vida.

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Luego de trabajar en la Mueblería Sabines de Tuxtla, inicia estudios literarios en la Facultad de Filosofía y Letras en Mascarones. Corría el año de 1949. En los cabarets La perla y Las cavernas, que sobrevivió hasta los años noventa, trascurrían sus disertaciones literarias con Rosario Castellanos, Sergio Magaña, Emilio Carballido.

La Biblia y el Ulises, de James Joyce lo marcaron. La casa y taller literario de Efrén Hernández conoció a Rulfo, a Arreola. Las conversaciones literarias y amanecer en las cantinas apenas le dejaban tiempo para escribir.

Una noche de 1949, el poeta de 23 años emprendió los poemas de Horal, donde afirma que “El mar se mide por olas, el cielo por alas, nosotros por lágrimas”. De 64 solo dejó 18 poemas, que se publicaron en 1950. Entre ellos Los amorosos, que “en la oscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto”.

Dos años después publico el poemario La señal, donde la elegía a La tía Chofi anticipa el tono trágico del largo y doloroso lamento que el poeta escribiría ante la muerte del Mayor Sabines, su padre.

En 1952 dejó la universidad para atender  en Tuxtla al padre enfermo. Ya habiendo publicado en Horal Los amorosos, el poema más recitado en México durante los últimos 30 años del siglo XX, y a su pesar seguía despachando telas en la tienda  El Modelo, de su hermano Juan, el diputado que a la postre sería gobernado de Chiapas. En la tienda lo acompañaban a tomar Ron Castillo los poetas de La espiga amotinada radicados en Tuxtla, Eraclio Zepeda, Juan Bañuelos, Oscar Oliva…,según cuenta Pilar Jiménez Trejo, biógrafa.

Una noche de 1954, al término de su faena de vendedor de cortes para cortinas, escribió Tarumba, “un canto de sobrevivencia”. Libro que en su búsqueda experimental se emparenta con Poeta en Nueva York, de su admirado Federico García Lorca. Elías Nandino saluda en carta dirigida a Sabines en 1956 el nacimiento de un poeta inmenso. Solo le pide que no escriba palabras altisonantes.

Octavio Paz lo situaría más adelante como uno de los precursores de la poesía latinoamericana moderna.

La poesía de Jaime Sabines se desgranaría hasta finales de los años 90 en libros como Yuria, Algo sobre la muerte del mayor Sabines, O Nuevo recuento de poemas. El 30 de marzo  de 1996 leyó sus poemas en la sala de espectáculos del Palacio de Bellas artes, ante más de dos mil personas.  En su mayoría jóvenes que fueron en peregrinación. Moriría tres años después, enfermo de estar enfermo.

Miguel Ángel Pineda

Ensayista.

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