Columna invitada

José Ortega y Gasset, crítico de la violencia

A casi siete décadas de su fallecimiento, el pensamiento de José Ortega y Gasset (1883-1955)

José Ortega y Gasset, crítico de la violencia
Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: Foto: Especial

A casi siete décadas de su fallecimiento, el pensamiento de José Ortega y Gasset (1883-1955) continúa brindando guía para comprender el atribulado tiempo que nos impone sus fatigas. Sin él quizá no entenderíamos del todo las peculiaridades de lo que fuera el siglo de las ilusiones y los desencantos, esa centuria que entre optimista y trágica abriese su sentido con las revoluciones sociales de México (1910) y Rusia (1917) y que terminase con el fin del utopismo asociado al tristemente célebre socialismo real que con la perestroika y la glasnost mostrara con impudicia sus señas de identidad: bancarrota productiva, carrera armamentista, prohibición democrática, expansionismo imperial.

Pero si bien resulta muy probable que nadie quisiese erigir de nuevo el muro de Berlín, símbolo ominoso de la geografía del terror, demolido en 1989, un viento de duda y nostalgia recorre a las sociedades de este mundo contemporáneo tan empeñado en hacer de la violencia su razón de ser. Los orígenes de la continuidad del uso de la fuerza ya no reposan en la coartada ideológica del avance del comunismo y su necesaria contención; otros son los fundamentalismos que campean en el planeta: el arcaísmo capaz de imponerle la gurka a la sociedad islámica, los genocidios de minorías étnicas, el cinismo pseudo-democrático de Occidente que se reduce a la búsqueda de la ganancia a toda costa, y los grotescos populismos de izquierda y de derecha que crecen como una epidemia incontrolable.

Empero, el combate que se les plantea hunde sus raíces en un dogmatismo singularmente poderoso: el de los Estados Unidos, carente de contrapeso real desde la extinción de la Unión Soviética y ante la incapacidad de la Unión Europea para hacerle frente a la brutalidad del mesianismo imperial ruso que encuentra hoy día en el escenario de Ucrania, sus aparentes objeciones morales que en realidad ocultan sus propios intereses económicos y geopolíticos. La cautelosa equidistancia china no aporta tranquilidad, pues aguarda multiplicar los momios de su apuesta: “a río revuelto, ganancia de pescadores”.

El filósofo español con El tema de nuestro tiempo (1923) y La rebelión de las masas (1930), con antelación a otros destacadísimos pensadores como Karl Mannheim (Ideología y Utopía, 1929; Diagnóstico de nuestro tiempo, 1943), Hannah Arendt (Los orígenes del totalitarismo, 1951) o Elías Canetti (Masa y poder, 1962), definió los rasgos propios del que devendría lacerante siglo XX: la violencia y sus corolarios de exterminio e intolerancia; las limitaciones del poder democrático; el consumismo y la lógica del no pensar como sustitutos de la cultura ciudadana; el resurgimiento feroz de las religiones y las ideologías y sus inevitables fanatismos; y la anulación de los sujetos y el triunfo de las corporaciones. Así pues, resulta tarea prácticamente imposible disectar la modernidad sin referirnos a Ortega y Gasset, y que ha prometido no mejorar en lo que va del siglo XXI.

Como afirma George Steiner a veces “el estereotipo es una verdad cansada”, que para superarlo impone leer de nuevo semejante corpus, resignificándolo, y revalorar el espíritu crítico de Ortega y Gasset desde su identidad profunda, equidistante siempre de las (falsas) promesas emanadas de los extremos del poder.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM

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