Durante la década de 1970, Richard Nixon hizo un cambio en las leyes para establecer que ninguna persona fuera prohibida, por cuestiones de género, de participar en actividades organizadas por instituciones que reciban fondos federales. Con esto, las mujeres fueron aceptadas dentro del deporte en Estados Unidos, y poco a poco el resto del mundo le siguió.
Por eso, como dice el sociólogo Stanley Eitzen: “Centrarse en el estudio del deporte es una manera de comprender las complejidades de la sociedad en general”.
Qatar 2022 es el primer Mundial en Medio Oriente, organizado en un país árabe donde la mayoría de los habitantes son inmigrantes y hay poca o ninguna tradición futbolística.
Vale la pena mencionar que en una nación donde el papel de la mujer es delimitado, Yoshimi Yamashita, Stephanie Frappart y Salima Mukansanga serán las primeras árbitras en una Copa del Mundo masculina. Aún así, la organización del evento ha sido bastante polémica, especialmente por las acusaciones de explotación laboral durante la construcción de los estadios, además del nulo respeto por parte del gobierno hacia los derechos humanos de las mujeres y miembros de la comunidad LGTBIQ+.
Sin minimizar la gravedad, confirmo que nada de esto es nuevo. Aunque, a menor escala, en Brasil también hubo muertes en la edificación de las instalaciones para el Mundial del 2014. Y en ocasiones pasadas, se han usado este tipo de eventos para limpiar la reputación del país sede. A esto se le llama sportwashing.
Por ejemplo, Hitler aprovechó las Olimpiadas de Berlín en 1936 para presentar el éxito de su organización e ideología. México fue anfitrión de las Olimpiadas de 1968 días después de la Matanza de Tlatelolco.
Estos acontecimientos deportivos colocan para bien o para mal al país organizador bajo el reflector. Y también se convierten en una llave para abrir conversaciones con un tipo de fuerza y atención que difícilmente se da en otros lugares. Y eso no puede ser desaprovechado.
Para que Qatar fuera aceptado como anfitrión del evento, se vio obligado a modificar leyes, salarios y condiciones laborales. Aunque falta mucho por recorrer, hoy ya tiene un avance en comparación con otros países de su alrededor.
¿Y si de eso también se tratara el Mundial? De voltear a ver la cancha y a partir de esto preguntar ¿qué hay de las mujeres, los inmigrantes, las personas con discapacidad?
Lo que mucho se ha criticado de Qatar no es más que un síntoma del mundo en el que estamos viviendo. Y aunque en esta ocasión fue el fútbol quien lo expuso, los encargados de curar la enfermedad somos nosotros, los que vamos a estar viendo el juego. Justo como sucedió con los movimientos feministas en 1970 cuando impulsaron la transformación en la legislación en Estados Unidos.
La Copa Mundial acaparará la atención durante casi un mes, pero para cuando termine, las problemáticas no van a haber desaparecido. La vida va a seguir, y es en esa transición donde las conclusiones, la visibilización y las reflexiones del evento podrán o no, tomar fuerza para concientizar y plantear cambios.
Por María Milo
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