Las encuestas se equivocaron en Brasil: la que se suponía sería una holgada victoria del candidato de izquierdas Lula da Silva terminó en un justo margen ante el sorprendente desempeño del todavía presidente Jair Bolsonaro.
Ambos se enfrentarán de nuevo el 30 de octubre en un duelo de pronóstico reservado, porque claramente las encuestas se han topado con un fenómeno que no es nuevo: ya sea por pena o por maña, muchas personas encuestadas mienten u ocultan deliberadamente su intención de voto.
La sociedad y la opinión pública brasileñas están hoy profundamente divididas: a favor del presidente Bolsonaro hay una peculiar coalición de conservadores tradicionales, la extrema derecha, buena parte del gran empresariado y un muy amplio segmento de clase socioeconómica media baja y baja que comparte una profunda religiosidad, en su vertiente evangélica.
Bolsonaro le ha jugado a ese público durante su gestión, con un discurso de choque y confrontación que enfatiza el rechazo a las minorías y a las “élites”, un tono autoritario/militarista y acciones de gobierno claramente enfocadas al desarrollismo más depredador del medio ambiente. Ahí están las cenizas del Amazonas para comprobarlo.
Lula, por su lado, trae a favor los recuerdos de una gestión en la que Brasil pudo combinar altas tasas de crecimiento económico, estabilidad financiera y exitoso combate a la pobreza.
Para muestra, un botón: en sus ocho años en la Presidencia, el porcentaje de la población en pobreza se redujo a la mitad, incorporando a decenas de millones de brasileños pobres a la clase media y haciendo de ellos consumidores que contribuían a un círculo virtuoso de crecimiento económico-creación de empleos-reducción de la pobreza-aumento del consumo-más crecimiento.
Pero sobre Lula pesa la nube de los múltiples escándalos de corrupción que se dieron durante su gobierno, y, sobre todo, en el de su sucesora Dilma Rousseff, quien fue destituida en una maniobra parlamentaria que a muchos les olió a un golpe de Estado técnico.
A esas sospechas contribuyeron después las acusaciones de corrupción en contra del propio Lula, que aunque terminaron desechadas, lo mantuvieron preso durante casi 20 meses. Oh, casualidad, el juez que originalmente le dictó sentencia, la cual fue revocada por el tribunal supremo.
Entre Lula y Bolsonaro hay un abismo de diferencias políticas, de carácter, de personalidad y, me atrevo a decir, éticas también. Si Lula se impone el 30 de octubre, podrá revertir no sólo los múltiples daños ocasionados por el todavía Presidente, sino que pondrá un alto a la oleada de candidatos de la extrema derecha populista que han llegado al poder en los últimos años, Trump el más notorio entre ellos. De no ser así, el país más grande de América Latina y una de las principales democracias del mundo estará en riesgo de ser devorada por sus peores enemigos.
POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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