COLUMNA INVITADA

Odile y el enemigo imaginario

En tiempos en que prevalece el afán por enemistar a ciertos sectores de la sociedad, vale la pena reflexionar sobre lo acontecido en Los Cabos

OPINIÓN

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Manelich Castilla Craviotto / Colaborador / Opinión El Heraldo de México

Entre el 14 y el 15 de septiembre de 2014, el huracán Odile golpeó Baja California Sur, concretamente Los Cabos, dejando graves daños en la infraestructura turística. Por primera vez en años, la zona quedó en penumbras e incomunicada.

Más allá de las afectaciones provocadas por el meteoro, destacó un fenómeno paralelo, motivo del presente texto.

La atención a la contingencia desde el día 15 de septiembre no pudo realizarse, pues helicópteros y aviones 727 —con elementos de protección civil, reacción, médicos e insumos básicos— estaban imposibilitados de aterrizar por las condiciones climatológicas que, además, inhabilitaron la torre de control del aeropuerto, por lo que la ayuda comenzó a primera hora del día 16.

La información sobre la magnitud de Odile generó compras de pánico, pero tras su demoledor paso se desató la peor ola de saqueos registrada hasta entonces en México. Los grandes centros comerciales y tiendas de conveniencia fueron vaciados en un lapso de 12 horas.

El primer sobrevuelo sobre exhibía no solamente destrozos a la infraestructura hotelera y carretera, sino a miles de personas realizando actos de rapiña a gran escala.

La turba arrasó con insumos de primera necesidad, pero también con pantallas, cámaras, computadoras, celulares, ropa deportiva, calzado, joyería, hornos de microondas, etcétera.

Sin energía eléctrica ni telefonía, informar sobre el estado de las cosas y el avance en las tareas de restablecimiento de los servicios, era imposible. Había una radiodifusora activa, pero ante la falta de electricidad, contadas personas escuchaban los mensajes que se emitían.

La incomunicación favoreció la difusión de rumores que generaron psicosis, como la fuga de peligrosos reos, “pelones” que entraban a las casas a robar y atacar sexualmente a las mujeres, despojo de propiedades, ausencia de autoridades, convoys
del narco, entre otros.

En distintas colonias se levantaron barricadas y fogatas. Grupos de vecinos se organizaron para hacer frente a las “amenazas” e improvisaron armas caseras. En las barricadas resaltaban cajas de electrodomésticos producto de los saqueos.

Además, la mayoría estaban perfectamente aprovisionados.

La revisión de imágenes demostró que en los saqueos participaron desde personas de escasos recursos hasta familias enteras en camionetas de lujo. Tristemente, también autoridades.

El patrullaje pie tierra permitió terminar con rumores a través del diálogo con los parapetados. El restablecimiento de la electricidad permitió que las cosas vuelvan paulatinamente a la normalidad.

Sin embargo, el efecto psicológico de los saqueos y el temor continuaba en el ánimo de la personas.

La actitud defensiva ante amenazas inexistentes mostraron el rostro de un enemigo peculiar y peligroso, ese que vive dentro de cada quién y que, en Los Cabos, emergió repentinamente en la muchedumbre que cruzó la línea de la legalidad con la única justificación del factor de oportunidad.

En tiempos en que prevalece el afán por enemistar a ciertos sectores de la sociedad, vale la pena reflexionar sobre lo acontecido en Los Cabos y evitar que la “oportunidad” lleve a millones a cruzar esa línea, para después protegerse de sí mismos.

POR MANELICH CASTILLA
COLABORADOR
@MANELICHCC

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