COLUMNA INVITADA

Los desequilibrios que se vuelven locura

Desde 2018 en el Congreso de la Unión existe una sobrerrepresentación que no nos refleja a los mexicanos. Gracias a lagunas en la ley, se le permitió a Morena y sus aliados imponer una voluntad equivalente al 15.7 por ciento de una población que no votó por ellos ni comparte su ideología

OPINIÓN

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Georgina Trujillo/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

Se trata de equilibrio. El quehacer democrático de un país está definido por un balance saludable entre las distintas instancias políticas y sociales, donde tener mayoría es un factor tan determinante como lo es garantizar los mecanismos para la expresión y el diálogo.

La democracia por tanto no es una ideología, más bien es una forma de funcionamiento y convivencia nacional. Es un medio, no un destino. Decir que debemos dirigirnos a un país “más democrático” resulta una concepción errada; más bien debemos utilizar la democracia para decidir a dónde nos queremos dirigir como país.

Democracia es diálogo con otros y nosotros mismos. Una conversación creadora que nos forja y nos refleja al mismo tiempo. El reflejo tiene que ser exacto porque de otra manera la realidad se distorsiona. Por eso los gobiernos deben reflejar a todos, no sólo a unos cuantos: una representación falsa es una democracia en desequilibrio, y el desequilibrio es la antesala de la locura.

Desde 2018 en el Congreso de la Unión existe una sobrerrepresentación que no nos refleja a los mexicanos. Gracias a lagunas en la ley, se le permitió a Morena y sus aliados imponer una voluntad equivalente al 15.7 por ciento de una población que no votó por ellos ni comparte su ideología.

Permitir esta sobrerrepresentación nos costó diversas reformas que hoy seguimos pagando y que nos llevan a un país que no queremos ver. La extinción de fideicomisos, los recortes al sistema de salud, la desaparición de los programas de apoyo a emprendedores o la posibilidad de utilizar las reservas federales para el gasto corriente, son algunas de las decisiones que se tomaron y que muchos mexicanos no compartimos. 

El resultado de esta falta de respaldo se reflejó en las urnas las pasadas elecciones: Morena perdió casi la mitad de sus votos obtenidos en 2018 y con ello la mayoría en la Cámara de Diputados. Sin embargo, el partido del Presidente quiere repetir la fórmula de sobrerrepresentación en la actual legislatura, a pesar de que la ley lo prohíbe.

Morena jugó con la posibilidad de acaparar la Junta de Coordinación Política y la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados -con ello los recursos millonarios y el trabajo legislativo- a través de la figura de una coalición legislativa con sus aliados, el PT y el PVEM; lo que les garantiza una mayoría artificial de 55 por ciento.

El asunto ya está fuera de la mesa pero el riesgo sigue latente. Aún pueden imponer su agenda legislativa y con ello las locuras que se le deriven: ampliar presupuesto para proyectos ya de por sí sobregirados como el Tren Maya o Dos Bocas; la Ley de Revocación de Mandato, en los términos que mejor se les acomoden; la desaparición del INE, así como otros órganos desconcentrados, creados para fortalecer la transparencia y la legalidad del gobierno de cualquier partido en turno.

Dependerá de los partidos de Oposición y de su sentido del deber, de su compromiso con los electores y con las voces que decidieron darles un voto si no de confianza, por lo menos de duda. De que tengan la entereza para soportar el peso de la maquinaria gubernamental en forma de intimidaciones, sobornos o maniobras mediáticas.

Se vienen tres años de un diálogo más ríspido en las Cámaras. De Morena obligado a negociar y la Oposición obligada a mantenerse firme. De que nuestra democracia se fortalezca a través de la participación activa de todos, o bien que los desequilibrios nos orillen a caer en la locura, y en el precipicio en el que ya tenemos un pie y medio.

POR GEORGINA TRUJILLO

COLABORADORA

@GINATRUJILLOZ

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