TIEMPO DE INFRAESTRUCTURA

Elefantes blancos

Se definen en la industria por la enorme cantidad de recursos que se invierten —o más bien, que se “tiran”— en su ejecución, y que, con el tiempo, y una vez en servicio, requieren de un continuo gasto

OPINIÓN

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Manuel García García / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Créditos: Foto: Especial

Sin duda, esta sección sobre infraestructura invita a abordar una serie de temas de gran interés, como lo hacen cada martes los compañeros que participan en esta columna.

Quiero abordar el caso de los elefantes blancos, que se definen en la industria por la enorme cantidad de recursos que se invierten —o más bien, que se “tiran”— en su ejecución y que, con el tiempo y una vez en servicio, requieren de un continuo gasto, montos que superan los presupuestos originales (la carretera México-Acapulco, por ejemplo) o bien los casos que se vuelven deficientes en su operación (línea 12 del Metro).

Cada seis años se repite el fenómeno debido a la falta de proyectos ejecutivos completos, los cuales no se realizan en tiempo y forma, por las prisas de los funcionarios para inaugurar sus obras a cualquier costo…

En días pasados conversaba con el ingeniero Pedro García Marsa, que participó hace casi 53 años en las obras y proyectos de los Juegos Olímpicos del 68, particularmente en el Palacio de los Deportes. Le preguntaba, ¿cómo lograron cumplir a tiempo con las fechas de la inauguración?

De mi charla resalto: 

*El Comité de los Juegos Olímpicos estaba formado por profesionistas de alto nivel, con gran capacidad de ejecución y experiencia, recordando a los ingenieros Francisco Noreña, Luis de Pablo, y Daniel Ruiz, entre otros.

*Existió una planeación (sin computadoras, ni sistemas como ahora), donde se establecieron programas y fechas que cumplir.

*Se contó con proyectos ejecutivos completos y los problemas se resolvían en las obras, sin los formalismos de hoy; existió la toma de decisiones de los responsables, situación que hoy se evade por temor a los órganos fiscalizadores.

Al ingeniero le tocó la responsabilidad de ser el gerente en una de las etapas del Palacio de los Deportes, donde participaron tres constructoras. Le pregunté si existieron sobrecostos. Claro, aseguró, como en todo proyecto de ingeniería, recuerdo que se dio entre 15 y 20 por ciento del valor de la obra (Palacio de los Deportes).

Me comentó que al término del proyecto tuvieron utilidad en la ejecución, misma que se reinvertía para crecer.

De esta historia, mi generación recuerda la inauguración de los Juegos Olímpicos con todas las obras y proyectos funcionando; fue un orgullo para los constructores mexicanos terminar las instalaciones deportivas.

¿Tendremos los mismos resultados con el Tren Maya, el Aeropuerto Felipe Ángeles y la Refinería Dos Bocas?

Al hablar con colegas dedicados a los temas de infraestructura, a raíz de los escándalos de la línea 12 del Metro, coincidíamos en el asombro acerca de cómo puede ser posible que este tipo de fracasos sucedan.

En los sismos de 1985, al colapsarse casas, edificios y viviendas —con sus consecuentes cuotas de dolor y sufrimiento, y pérdidas económicas—, alguien instruyó a cambiar el Reglamento de Construcción de nuestra ciudad, para evitar otra catástrofe; creo que ha funcionado de alguna manera.

Señores diputados y senadores:

La vida de los seres humanos que se perdieron en el colapso de la línea 12 del Metro, como en su momento sucedió en el Paso Express de Cuernavaca, no deben repetirse, ¿no creen que debemos reflexionar acerca del dolor de las familias y que merecen un cambio en este país, con una política pública de infraestructura que nos permita no repetir este tipo de fracasos?

Impulsemos una ¡nueva cultura de la contratación en México! que cambien las formas y procesos en donde se construyan obras eficientes y con un sentido social que mejore la calidad de vida de los mexicanos.

Estas catástrofes son evitables y no deben suceder nunca más en las obras de infraestructura, que son para el servicio y utilización de los ciudadanos del país. 

No más elefantes blancos; no más proyectos como:

El Senado de la República, para el que se calculó un costo de mil 699 millones de pesos y cerró con dos mil 600 millones de pesos: 50 por ciento superior al de lo presupuestado.

La Biblioteca Vasconcelos, para la que inicialmente se presupuestó 954 millones de pesos, y cerró en dos mil millones de pesos, casi 100 por ciento más de lo presupuestado. No podemos olvidar la Estela de Luz: cuando uno transita por el Paseo de la Reforma es increíble encontrarse con esa “pequeña estructura”, obra cumbre para los festejos del Bicentenario de la Independencia de México de 2010. Su costo fue de mil millones de pesos, contra un presupuesto de 400 millones de pesos asignado; superó así en 163 por ciento lo contemplado. Realmente da “pena ajena” verla, y más al recordar que fue inaugurada dos años después de lo previsto.

Me pregunto si hoy México fuera sede de unas nuevas olimpiadas, para las que tendríamos que edificar y construir proyectos eficientes y funcionales que ello conlleva, ¿cuál sería el desenlace de esta película?

POR MANUEL GARCÍA GARCÍA

DIRECTOR GENERAL DE SIMAS, CONSULTORIA EN INFRAESTRUCTURA

MANUEL.GARCIA@SIMAS.COM.MX

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