Columna Invitada

La reforma de la iglesia en América Latina

La Iglesia en América Latina arranca un camino de renovación a contracorriente. Se arriesga a escuchar a todos y a enmendarse si es preciso

La reforma de la iglesia en América Latina
Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

La Iglesia católica en América Latina y el Caribe fue la vanguardia de la aplicación creativa del Concilio Vaticano II hacia finales de los años 60 del pasado siglo. La segunda Conferencia General del Episcopado realizada en Medellín, Colombia, en el año 1968, significó un momento de renovación profunda marcado por el reconocimiento de diversas situaciones de explotación en toda la región. El papa Paulo VI inauguró los trabajos de aquel encuentro eclesial e introdujo, en uno de sus discursos más célebres, la idea de que los más pobres y marginados son como un sacramento, es decir, como una presencia misteriosa pero real de Jesucristo en la carne concreta de quienes más sufren.

Luego de Medellín, vendrían las Conferencias Generales de Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). En todas, dos parámetros son recurrentes: el acontecimiento cristiano, con todo su rico contenido de fe y doctrina, y la punzante realidad social de la región latinoamericana. De este modo, fe y problemática social, jalonean los esfuerzos para que la Iglesia purifique sus modos de hacerse presente en los espacios y ambientes donde actúa.

Pasados los años, y ya en pleno pontificado del papa Francisco, se ha redescubierto la importancia de un tema dejado de lado por mucho tiempo: la sinodalidad. Esta peculiar palabra indica la necesidad de reaprender a “caminar juntos” para poder dar testimonio creíble, y para poder renovar de manera auténticamente evangélica las estructuras eclesiales y los programas de acción en la Iglesia católica. Justo en esta atmósfera, el Consejo Episcopal Latinoamericano, con aprobación del Papa Francisco, decidió convocar a una “Asamblea Eclesial” en Lago de Guadalupe (México), en la que todos juntos, obispos, consagrados y laicos, con igual dignidad y sin privilegiar a unos sobre otros, nos demos la oportunidad de aprender de todos. La consulta preparatoria abarcó más de 70 mil personas. Los trabajos de la Asamblea duraron una semana con mil delegados en modalidad híbrida (presencial y virtual).

¿Cuál es la novedad de este esfuerzo? En tiempos en que los mecanismos de participación y representación de diversas estructuras sociales y políticas se encuentran en crisis, la Iglesia se arriesga a escuchar a todos y a enmendarse si es preciso. Esto se dice fácil, pero todos sabemos que será un camino largo en el que habremos de enfrentarnos al reto de escucharnos con atención para poder enriquecernos todos con provecho.

El esfuerzo realizado sin duda posee límites. Sin embargo, es esperanzador que se haya dado un primer paso en la dirección de una más amplia participación en la toma de decisiones estratégicas por parte de varones y mujeres, obispos y laicos, sin clericalismos, sin subordinaciones indignas. Durante los próximos años, la puerta que se ha abierto tendrá que ser mejorada, ampliada, y ajustada. La sinodalidad, es decir, el caminar juntos en igual dignidad, llegó para quedarse y será preciso explorarla en toda su amplitud para así poder ser fermento de procesos eclesiales y sociales provechosos para todos. Todos tendremos que desaprender malos hábitos y aprender una nueva manera de relacionarnos.

POR RODRIGO GUERRA
SECRETARIO DE LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA AMÉRICA LATINA
RODRIGOGUERRA@MAC.COM

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