MALOS MODOS

Fiesta de fin de año en Palacio Nacional

Por fin, tres años después, te invitan a la fiesta de fin de año en Palacio Nacional

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Por fin, tres años después, te invitan a la fiesta de fin de año en Palacio Nacional.

Te sientes tímido, inseguro. De entrada, por tu atuendo: ya no estás tan seguro de que la guayabera negra con fucsia sea parte de la etiqueta. Sobre todo, dudas de tus pantalones: “¿Será de usos y costumbres ponerse el corte marca paquete, al estilo de Gatell y Mario Delgado?”, te cuestionas con un estremecimiento. Pero no: te das cuenta de que ni Guadiana, ni Martí, ni Napito con todo y que pudo agarrar una onda fashionista en Oxford, entienden que sea necesario enseñar los genitales. Un poco más relajado con tus pantalones estilo “La ropa de los 90 siempre se ve bien”, buscas un grupo al que integrarte.

El salón del Palacio está a tope, pero a la izquierda destaca un área vacía. En el centro del círculo hay alguien, solo, a un metro del comensal más cercano. Noroña. Te da culpa pensar así de un compañero de lucha, pero tienes la impresión de que los otros invitados establecieron a su alrededor lo que en los noticieros llaman un “perímetro de seguridad”, o tal vez un “cerco sanitario”. Sigues y descubres al doctor Alcocer. “Mira, vino con su nieto”, piensas. No: la camisa de manga corta y el cigarrillo te descubren que no es un niño, sino un conocido escritor obradorista. Recuerdas que iba contigo en la carrera y que cuando hizo una fiesta en su casa, famosa por su suciedad incluso en el contexto de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dos compañeros que sí alcanzaron vaso acabaron con hongos en las encías.

El canciller baila merengue, con ese ritmazo, mientras le habla en francés a su pareja con un acento muy septieme arrondissement. En la entrada, John Ackerman trata de convencer a los de seguridad de que lo dejen pasar. Intentas ir a la grande y acercarte al presidente. Imposible. Lo protege una barricada de moneros que se ríen porque uno dijo que Calderón estaba pedo cuando tuiteó no sé qué. Un poco más allá, en un grupo, Beatriz Gutiérrez Muller elogia a Marx Arriaga: “¿De veras no han leído sus sonetos? Son bellísimos”, asegura, ajena a la cara de perplejidad de Rocío Nahle, cuya fortaleza, sabemos, radica en su pasión por las energías fósiles.

Decides ir a la barra. Está después de la mesa de comida, o sea de los tamales. La encuentras, raramente, vacía. “¿Le pido un mezcalito?”, dices, consciente de que en la 4T a la clase trabajadora hay que tratarla con diminutivos, para demostrar lo mucho que te importa. “Tenemos agua de jamaica y de piña miel”, te responde el barman sin piedad. Ya no hay modo de negarlo: “Esta fiesta no podría estar más aburrida”, lamentas. Entonces, suena el pitido de un micrófono, seguido de esa voz que con tanto amor y tanta firmeza ha guiado a la patria: “Buenas noches. Bienvenidos. Esta ocasión me recuerda lo que dijo Porfirio Díaz…”

POR JULIO PATÁN
COLUMNISTA
JULIOPATAN0909@GMAIL.COM
@JULIOPATAN09

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