COLUMNA INVITADA

Crimen, S.A.

Los grupos del crimen organizado dedicados a las drogas establecieron pactos, rompieron alianzas o se enfrentaron entre sí

OPINIÓN

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Manelich Castilla / Colaborador / Opinión El Heraldo de México

En el mundo criminal existen códigos de los que se hace apología desde distintos frentes. La manera de vestir o la música que retumba en los ambientes que rinden directa o indirectamente tributo al ambiente delincuencial son una muestra. Todo parece indicar que es una batalla perdida pretender disminuir dichas manifestaciones.

Parte de la fuerza de las organizaciones criminales se explica por los alcances de su marca, es decir, la forma en que el grupo es percibido por la sociedad, las instituciones de seguridad y grupos rivales. En el mundo, el proceso de expansión de marca criminal es similar: los cárteles de la droga diversificaron sus actividades irrumpiendo en el secuestro, extorsión, piratería, venta de protección, etc., con lo que su presencia, antes distante del paisaje cotidiano, se tornó cercana a partir del control de las actividades mencionadas tras controlar a grupos de menor escala, imponiéndoles rentas por “el derecho a delinquir”.

Los grupos del crimen organizado dedicados a las drogas establecieron pactos, rompieron alianzas o se enfrentaron entre sí; además formaron ejércitos de sicarios y han hecho de la violencia su sello distintivo desde hace por lo menos 25 años [Narcotráfico, corrupción y Estados, Editorial Debate, 2012].

A eso, insisto, se suma el proceso de fortalecimiento de marca al extender su negocio a otros giros distintos al narcotráfico. Abordar el tema de la marca criminal en tiempos de incremento de la violencia en distintas zonas del país es relevante. Las escenas dantescas de hace algunos días en el estado de Zacatecas, en donde fueron colgadas de un puente siete personas, recuerdan la práctica patentada por un grupo delincuencial con origen en el estado de Sinaloa.

Una marca requiere de algunos elementos clave como el nombre o fonotipo (identidad verbal), logotipo o representación gráfica; busca que un producto sea identificado y dotarlo de “prestigio” a través del proceso de posicionamiento.

Si una refresquera, por ejemplo, pretende posicionar su bebida a partir de un jingle o comercial que aliente su consumo, en una empresa criminal las escenas de cuerpos desmembrados, cartulinas y muestras de capacidades bélicas, hacen las veces de herramientas de marketing.

Hace años que el crimen organizado gusta de imponer agendas a conveniencia. Deciden en qué estados se han de desplegar capacidades institucionales y atención mediática a partir de montar escenas que denoten su crueldad y capacidad destructiva para presionar a las instancias de gobierno a reaccionar. La fórmula, como se ha visto en las últimas semanas, sigue siendo efectiva.

Una marca criminal posicionada motiva un efecto similar al de las grandes empresas productivas, que en su expansión se hacen de negocios menores que no tienen con qué competirles. Es momento de llamar, nuevamente, a no fortalecer ninguna marca criminal.

Bajo el sello de delincuentes organizados caben todos y es una manera de desdeñar su propaganda; es un combate modesto y pacífico a su expansión. Sociedad, medios e instituciones públicas, debemos ser esa primera línea.

MANELICH CASTILLA
COLABORADOR
@MANELICHCC

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