LA NUEVA ANORMALIDAD

Azares para una boda

¿Tiene sentido una boda de esa manera, sea o no de políticos, en el mundo en que vivimos hoy?

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La nueva anormalidad / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

Cuando haya dejado de servir de alimento al cotilleo político, la indigación digital y la purga institucional, una cosa habrá que seguir reprochando a la conceptualización de la boda de Carla Humphrey y Santiago Nieto: su absoluta torpeza política.

Cuando la novia integra el Consejo General de una institución bajo ataque tanto del Ejecutivo federal como de la mayoría legislativa –apenas la semana pasada, el consejero presidente del INE debía enfrentar desde la tribuna del Congreso los embates de los más estridentes diputados de Morena, el PT y el PVEM, que lo instaban a bajarse un sueldo que él no definió, que ni de lejos es exorbitante y cuyo ahorro tendría un efecto nulo en la redistribución de la riqueza–, y cuando el novio encabeza(ba) la unidad de la Secretaría de Hacienda dedicada a rastrear los ingresos de presuntos delincuentes de cuello blanco, procurarse unas nupcias “por todo lo alto” –sede extranjera, dos cocteles, banquete para 300 personas y tornaboda– no se antoja buena idea. Y no porque quepa duda sobre la probidad de los contrayentes ni porque el tan llevado y traído menú resulte particularmente extravagante, sino porque ya sólo el número de invitados, la notoriedad política de varios, el emplazamiento ultramarino y la sucesión de eventos que conformaran el programa constituyen un balazo en el pie en un momento y lugar en que la austeridad es retórica de moda –aun si no práctica efectiva– y en que las redes sociales están dispuestas –de manera orgánica o sesgada– a convocar a la indignación colectiva a la menor provocación. Bien harán ambos políticos, si pretenden perseverar en sus empeños públicos, en contratar unos asesores de imagen o, si los tienen, en sustituirlos por unos nuevos a la brevedad.

El episodio, sin embargo, trasciende lo político para insertarse en el terreno bastante menos efímero y anecdótico de lo cultural: ¿tiene sentido una boda así –sea o no de políticos, de este país o de otro– en el mundo en que vivimos hoy? ¿Es sensato en una pandemia que aún no cede hacer que 300 personas tomen un vuelo de dos horas de ida y dos de regreso para asistir a un evento social que linda con lo masivo? Más aún: en un contexto en que toda reunión humana deviene materia pública –todo es ya instragrameable, ya tuiteable–, en que las relaciones sociales están reconfigurándose –tenemos trato presencial con menos personas, por lo que inevitablemente tendremos menos amistades pero también menos relaciones de compromiso– y en que la cultura toda vive transformaciones aceleradas –redefinición de las relaciones de género, cuestionamiento de las desigualdades sociales, fortalecimiento de las fronteras afectivas entre la esfera pública y la esfera privada–, ¿no es la idea misma del bodorrio –éste o cualquier otro– un orondo anacronismo?

POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
@NICOLASALVARADOLECTOR

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