Cuentan por ahí, que luego de haber recibido como exiliado a León Trotsky en México, alguien le preguntó al General Cárdenas si él creía en las ideas del líder bolchevique y nuevo huésped nacional, en el supuesto de que esa era quizás la razón principal de su arriesgada hospitalidad. No, respondió, yo no creo en las ideas de Trotsky, yo en lo que creo es en mis ideas.
Esa respuesta y contexto resumían las variables principales de explicación del siglo XX: un líder nacionalista revolucionario recibiendo como exiliado a un comunista, líder él también de una revolución. Conceptos –nacionalismo, comunismo, socialismo, revolución– imprescindibles para comprender, en toda su profundidad, el mundo contemporáneo. John Lukács habría de resaltar luego que lo fundamental no era ya encontrarse con un partido o régimen socialista, porque en realidad, luego de la segunda guerra mundial, todos lo eran ya de algún modo (seguridad social, derechos laborales, etc.): lo fundamental era cruzarte con uno que fuera nacionalista, porque ahí se topa uno con pared y te nacionalizan una industria, un puerto o un banco, sobre todo porque la nación, y en correspondencia el nacionalismo, son la esencia de la historia.
Trotsky llegó a México en 1937. Poco más de un año después, el General Cárdenas estaría tomando una de las decisiones geopolíticas más trascendentales de la historia al expedir el decreto de Expropiación Petrolera con la que ejercía acciones de control de esa industria tan importante para la economía mundial desde fines del siglo XIX hasta el presente, y que entonces estaba en manos de un total de 17 empresas extranjeras. En esa decisión, Lázaro Cárdenas estaba consumando materialmente la revolución mexicana con un acto que Marcelo Gullo ha conceptuado como de insubordinación fundante. Muchos quizá no lo sepan, pero Lázaro Cárdenas fue el primero de una serie de estadistas mundiales que, a lo largo del siglo XX, e inspirados en él precisamente y ni más ni menos, tomaron decisiones similares en Venezuela, en Irán, en Arabia Saudita, en Egipto, en Libia. La cadena de insubordinación, en ese rubro tan importante y estratégico de la energía, la iniciamos nosotros los mexicanos. No olvidemos eso nunca.
Al año de la expropiación, 1939, se fundaría el Partido Acción Nacional como el partido anti-cardenista por excelencia y por esencia. Luego el TEC de Monterrey y el ITM (después ITAM), como las canteras de cuadros empresariales y de tecnócratas llamados a nutrir y justificar, como ocurre hoy en día, órganos autónomos a discreción. En 2013, el PRI de Peña Nieto, en la traición más bochornosa a sus principios cardenistas desactivados a golpes de mentalidad burguesa, cerraron el ciclo con la Reforma energética, a grado tal que un exdirigente del PAN hubo de afirmar que el PRI, con la Reforma, había por fin consumado su proyecto histórico. Ahora hay que explicar la historia de las empresas expropiadas en el 38, porque ahí está la clave de la geopolítica del siglo XX.
POR: ISMAEL CARVALLO
ASESOR EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
@ISMAELCARVALL