Cuando el exsecretario de Defensa Salvador Cienfuegos fue detenido en Los Ángeles por la Agencia Antinarcóticos estadounidense (DEA), uno de los detalles en torno a su arresto llamó la atención y creó tanta alarma como molestia en el ejército mexicano: que las comunicaciones de un alto funcionario militar hubieran sido interceptadas.
No es la primera vez y probablemente tampoco la última. Ya durante la Revolución Mexicana el llamado "cuarto oscuro", el antecesor remoto de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense, interceptó las líneas de telégrafo mexicanas para vigilar los movimientos de las fuerzas en pugna.
La Secretaría de Relaciones Exteriores tuvo su momento de susto cuando se reveló, hace unos cuantos años, que las máquinas de cifrado que usaba para sus mensajes confidenciales habían sido interceptadas "de fátrica" por la NSA. Y por cierto, no fueron sólo las vendidas a México.
Peor aún, hace años que se sabe que las agencias de inteligencia estadounidenses vigilan de cerca –para no decir espían– a sus contrapartes mexicanas. No es específicamente antimexicano, como pueden atestiguar alemanes, ingleses y franceses, entre otros aliados de mayor o menor importancia de los Estados Unidos, para no citar a sus enemigos. El hecho es que lo hacen, que se sabe, y que periódicamente alguien, o algunos, se dicen sorprendidos.
Y ciertamente, el ejercicio evoluciona con la época. Si en los años 70 hubo al menos una secretaria que vendía a la DEA el papel carbón que usaba para hacer copias de cartas y documentos que mecanografiaba en la Procuraduría General de la República (PGR), ahora se trata de herramientas digitales.
En ese marco, las revelaciones sobre el arresto de Cienfuegos introdujeron un elemento congelador en la relación de seguridad entre Estados Unidos y México, a tal grado que se espera un regreso a la política de "no preguntes, no digas" que caracterizó los tratos entre agentes policiales estadounidenses destacados en México y las autoridades mexicanas.
Es una relación harto complicada, porque implica tanto nociones decimonónicas de nacionalismo como actitudes de arrogancia y exceso que en ambos casos, chocan con realidades y necesidades.
Las autoridades mexicanas desearían que las estadounidenses compartieran con ellas toda la información que sus agentes recaban. Los estadounidenses, desearían el derecho de vetar a funcionarios mexicanos con los que deben mantener contacto y hacer intercambio de información.
Pero unos y otros ambicionan más de lo que pueden lograr. Para citar nuevamente al historiador Lorenzo Meyer, "Mexico is a country, not a county" (México es un país, no un municipio) y por tanto difícilmente rendirá su soberanía; los EEUU son una potencia y México es su "vientre bajo desprotegido", por lo que siempre demandarán más garantías.
Allá por los años 90, como ahora, las agencias policiales estadounidenses enfrentaban limitaciones para su labor, incluso la prohibición de portar y utilizar armas de fuego. Pero la opción no era realista, sobre todo cuando la relación bilateral apenas se había recuperado del asesinato del agente antidrogas Enrique "Kiki" Salazar Camarena en Guadalajara, en febrero-marzo de 1985.
Se dio entonces un entendimiento político definido como de "Don't Ask, Don't Tell" (No preguntes, no digas) y que se explicaba así: los agentes mexicanos no preguntaban si los estadounidenses portaban armas y los estadounidenses no lo comentaban tampoco. Se cumplía con la letra, no con el espíritu de la ley.
Y para allá vamos, otra vez...
POR JOSÉ CARREÑO
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1