Estamos en la etapa final de un año sui géneris en todo el planeta y no resta más que comenzar con las evaluaciones de la vida pública. El mundo se vio envuelto en una crisis sanitaria sin precedentes, comenzando en China y propagándose en cada rincón del orbe. De manera paralela al problema de salud, se aparejó la crisis económica de igual o mayor magnitud a la Gran Depresión del siglo XX. 100 años después, con todos los avances tecnológicos, sociales y una nueva reconfiguración del sistema internacional, nos vimos sumidos en un riesgo alto y, aún, permanente.
En el mundo político hemos podido observar distintas reacciones ante la COVID-19, tanto en lo sanitario como en lo económico. En los regímenes autoritarios como el de la República Popular de China y su presidente Xi-Jinping, su respuesta fue crear un cerco sanitario a la provincia de Hubei —donde inició todo—, la construcción de hospitales especializados en coronavirus, así como medidas económicas para mitigar ambas crisis. En Corea del Sur y Japón la réplica fue la implementación de pruebas para toda la sociedad y exaltar el consumo interno. En Europa las acciones fueron diferenciadas, mientras Angela Merkel se lo tomó con la seriedad correspondiente, en Italia o España tuvieron reacciones tardías y hoy vemos los resultados.
En el continente americano, presidentes como Trump o Bolsonaro minimizaron la peligrosidad del virus, incluso declararon que todo formaba parte de una conspiración del dragón asiático para construir su hegemonía. Estados Unidos y Brasil son los países con más contagios en el continente (15.5 y 6.7 millones de personas, respectivamente), los decesos sumados a causa de esta enfermedad casi llegan al medio millón y ambos presidentes terminaron contagiados de COVID. Para completar el top cinco de los países americanos que le siguen en contagios están Argentina, Colombia y México.
Sólo enfocándonos en nuestro país, el manejo de la emergencia sanitaria y la crisis económica ha resultado deficiente, inclusive sigue siendo desastrosa. Los contagios superan la cifra de 120 millones de personas y las defunciones sobrepasan el doloroso número de los 110 mil. En la parte económica se estima que al término de este año la tasa de desempleo alcanzará el 11 % (de la PEA), aproximadamente 6 millones de personas, además, 44 % de la población ocupada podría sufrir afectaciones como reducción de salario o de horas de trabajo, aunado a la población en situación de informalidad.
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El gobierno cuatroteísta no ha sabido dar respuestas para amortiguar ambas vertientes ocasionadas por la pandemia. Seguimos teniendo “semáforos descompuestos” con muchas tonalidades de naranja para no decir que estamos en rojo, un sistema inconexo de Salud y, en la parte económica, el Presidente se obstinó en blindar presupuestalmente sus programas prioritarios como el Tren Maya o la refinería de Dos Bocas, que nada tienen que ver con la mitigación del impacto negativo a la economía mexicana. La actual administración deberá de replantearse las estrategias en Salud y Economía para el año venidero.
POR ADRIANA SARUR
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