COLUMNA INVITADA

Posverdad y democracia

Hoy más que nunca, necesitamos voluntad para construir acuerdos con miras a futuro

OPINIÓN

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Georgina Trujillo/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El término posverdad es relativamente nuevo; de acuerdo a la Real Academia Española, se refiere a la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. 

No es como la mentira. El mentiroso sabe cuál es la verdad, juega con ella y la oculta intencionalmente. La posverdad, en cambio, tiene una naturaleza diferente: se trata de un menosprecio por la realidad. Una renuncia voluntaria a la razón, la cual somete a los sentimientos personales donde lo propio se antepone a lo ajeno; y así niega violentamente un diálogo con el otro o los otros. Se apropia de la palabra y altera la percepción de la verdad, incluso la convierte en algo irrelevante: No se trata de estar del “lado correcto”, sino “de mi lado”, independientemente de que sea correcto o no.

La posverdad toma su fuerza en la crisis de nuestras democracias, o mejor dicho, en la improductividad del diálogo sociedad-Estado que debe de haber en ésta. Su combustible principal es la cacofonía en las redes digitales, las cuales saturan al usuario sólo de lo que anhela ver y escuchar; fortaleciendo sus convicciones personales, aunque éstas sean sólo una porción de una realidad más vasta y complicada de entender. 

Quienes manejan el lenguaje de la posverdad constantemente remarcan e incrementan las brechas en el diálogo democrático, arengan el sentido de abandono y el resentimiento de una de las partes: fomentan la polarización

Pero si deja de haber un término medio, ya no hay diálogo, por lo cual la democracia se hace insostenible. El antídoto de la posverdad es entonces la mesura y la empatía, de otro modo estamos condenados a un desgaste que amenaza nuestras instituciones y fundamentos sociales, al punto de su extinción

Hoy, más que nunca, necesitamos voluntad para construir acuerdos, proyectos con miras a futuro, salir de esta negación constante de nuestro pasado y la lucha por someter el punto de vista contrario. No es momento de líderes sociales bravucones, más bien de aquellos políticos cabales, de virtud y de carrera, que contribuyan a serenar a la sociedad y que hagan que amplios sectores vuelvan poco a poco de sus puntos extremos, para encontrarse justo en el centro de una conversación equilibrada y civilizada, la cual pueda rendir frutos para las generaciones.  

El proceso electoral de Estados Unidos manda un mensaje inequívoco al resto del mundo. Si bien la democracia no deja ni dejará de estar bajo amenaza constante, mientras sea fuerte su división de poderes y la participación social, puede corregir su camino; tomar mejores decisiones.

Los populistas, dictadores y pseudolíderes revolucionarios, de izquierda o de derecha, no son todopoderosos ni son invulnerables a la democracia. Sencillamente porque, citando a Abraham Lincoln, “no puedes engañar a todos, todo el tiempo”.

La posverdad es la gran enemiga de nuestro siglo. Vencerla requiere de un compromiso por parte de todos, empresas digitales y medios de comunicación incluidos, para plantarle cara y hacerle un alto. Es nuestra obligación individual y colectiva revisar al poder, ejercer el nuestro, pero, sobre todo, no dejarnos engañar. 

POR GINA TRUJILLO
COLABORADORA
@GINATRUJILLOZ