Muy al margen de los resultados de la votación de este 3 de noviembre y todo aquello que los acompañe, algo a tener en cuenta es que son menos una rareza que una señal de que algo anda mal en EU.
Sin duda Donald Trump no es el Presidente perfecto y mucho menos un líder deseable, pero su vulgaridad y su ego, su ambición y su ignorancia debían haber sido una excepción. Pero EU y el mundo hemos encontrado que su retórica de falsedades, su bravuconería, su estilo de imagen sobre sustancia, tienen mucho más eco que lo que nadie hubiera imaginado.
Y de hecho, que no son más que un síntoma, preocupante por cierto, pero sólo un síntoma de un problema mucho mayor. Uno que puede aquejar y ha tenido representantes en otras sociedades, pero que es desastroso cuando ocurre en naciones con el tipo de poder a disposición de Estados Unidos.
Porque el problema es que Trump no inventó a sus seguidores, sino que en realidad es su compañero de viaje; alguien que se alimentó y retroalimentó de sus mitos, sus temores y sus fobias.
Trump vendió la imagen de que podría hacer regresar el reloj, "hacer grande otra vez a Estados Unidos" con base en menos realidades que recuerdos, idealizados en los que no había mujeres respondonas ni minorías que demandaran justicia o igualdad, cuando la autoridad era incontestable, excepto cuando era cuestionada por un hombre blanco.
Trump es en cierta forma un accidente de la política, un fenómeno anómalo. En un país democrático normal, habría sido desechado hace cuatro años, cuando la mayoría lo rechazó. Pero las peculiaridades del sistema político estadounidense le dieron paso a la Presidencia. Y desde ahí, se dedicó a usar y desvirtuar las instituciones que le dieron lugar y al sistema que le permitió convertirse en la inflada imagen del éxito.
Porque sí, es posible que muchos estadounidenses de clase media baja y poca educación, ese 40 por ciento que lo apoya contra viento y marea, esos indignados y resentidos por una economía que los dejó atrás, se sientan identificados con un hombre que obeso y viejo se ostenta como el epítome de la masculinidad, es famoso y rico porque dice que es famoso y rico, y porque amenaza con demandar a quienes no le crean o sus acreedores para no pagarles.
A fin de cuentas sería su propia versión de "no pierdo y cuando pierdo arrebato". Pero Trump no es Estados Unidos ni representa a la mayoría de su población. Es un país y una sociedad con virtudes y defectos tan grandes como su tamaño, con mitos buenos y malos.
Al margen de que Trump acabe por ganar o perder —como espera la mayoría—, sus cuatro años en la Presidencia estadounidense son testimonio de los problemas y contradicciones de esta sociedad. Porque la realidad es que Trump y su Presidencia pueden ser o haber sido fruto de un accidente electoral, pero no deja de representar a un sector de los estadounidenses.
Y eso da razón para preocuparse.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1