MALOS MODOS

Homenaje a Halloween

Eran los 70, una época en la que el nacionalismo post revolucionario, ese que consagró Cárdenas, no había entrado en remisión

OPINIÓN

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Julio Patán/ Malos modos/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Recorríamos la unidad habitacional, edificio por edificio hasta agotar los 17, repitiendo algo como “Buenas noches, ¿nos da jalogüin?”, y, la verdad, éramos felices: regresábamos a casa más tarde de lo habitual, con una buena bolsa de dulces y, en general, con muestras de simpatía por parte de nuestros vecinos. Repito: en general. Porque una o dos veces por noche nos tocaba un vecino adusto que nos mandaba al carajo más o menos así: “No. Va en contra de mis costumbres”, algo que, francamente, no tiene mucho sentido decirle a un niño de seis años. Luego, portazo.

Pero eran los 70, una época en la que el nacionalismo post revolucionario, ese que consagró Cárdenas, no había entrado en remisión, y vivíamos ahogados en mini documentales con los voladores de Papantla o la Danza de los Venados,  se imponían la guayabera y el agüita de jamaica en las recepciones de Los Pinos, y en la escuela nos recetaban la perorata de la grandeza de las culturas mesoamericanas frente la maldad de Cortés. Y, claro, nos llamaban a la indignación por lo del penacho de Moctezuma… Sí, como ahorita. Porque el nacionalismo, que es una enfermedad, regresó luego de un periodo de razonable desaparición, el del bendito neoliberalismo, cuando se limitó o casi a las fiestas oficiales y ciertos rituales escolares. Y con esa desaparición desaparecieron también –ya vimos que para regresar en esteroides– la idea nociva de que tu identidad es una, inmutable, monolítica; la de que seremos víctimas de los españoles sin importar cuántos siglos transcurran, es decir, la de que la xenofobia es justificable; nuestro folclorismo, es decir, nuestra cursilería sin jiribilla; y en general, consecuentemente, nuestro blindaje (ciertamente fallido) a cualquier influencia transfronteriza.

Pasaba que los vecinos que nos mandaban al carajo, indignados por nuestra pretensión de embolsarnos un Carlos V, una Motita, un Miguelito, en tributo a una calabaza chimuela, eran, ahora me doy cuenta, víctimas de esa enfermedad. La enfermedad que te dice que lo que nos toca es celebrar el Día de Muertos y nada más, aunque en realidad el Día de Muertos sea esencialmente una costumbre derivada de nuestra hispanidad y aunque puedes celebrarlo mientras celebras el Jalogüin sin daño para nada ni nadie. Mi invitación: no la padezcan. Halloween está bien, y disfrutarlo no te hace menos mexicano, en el improbable caso de que eso sea un pecado. No tenemos una identidad: tenemos muchas, y se enriquecen con lo que llega de fuera, y cambian, y son contradictorias.

Así que, les ruego, festejen tan a gusto como los deje la pandemia. Luego, festejen si les da la gana el Día de Muertos, o a Odín. O no. Sin culpas. A contracorriente del patrioterismo que nos domina, mientras los austriacos nos hacen el favor de cuidar ese penacho.

POR JULIO PATÁN
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