En los últimos días, hemos visto cómo el mundo ha comenzado a resentir las consecuencias del proceso de incremento exponencial de casos reactivos de COVID-19 y como países como España o Francia han reajustado las medidas sanitarias de confinamiento y sana distancia a pesar para evitar una nueva ola de propagación masiva de esta enfermedad.
Desafortunadamente, en México la trayectoria que presenta la enfermedad se ha mantenido ascendente desde la llegada del virus al país, por lo que no podríamos hablar de un “rebrote” como tal, y por ello, que se vuelve más preocupante la situación si consideramos lo que está ocurriendo en otras latitudes.
En sí, los problemas que arrastra México en cuanto al manejo sanitario, social, político y económico se han convertido en la verdadera “nueva normalidad”. Penosamente, hasta hoy se han registrado más de 881 mil casos confirmados, más de 88 mil fallecidos y la realidad es que ya hemos normalizamos que día con día las autoridades únicamente se dediquen a contar enfermos y fallecidos, sin que verdaderamente generen políticas públicas que controlen sus estragos en todo el acontecer nacional.
El problema se intensifica si tomamos en cuenta que el relajamiento de las medidas sanitarias a lo largo del país ha provocado que ocho entidades federativas hayan registrado un ascenso pronunciado de nuevos casos, siendo Chihuahua la primera en regresar oficialmente a “semáforo rojo” o confinamiento obligatorio, un término que las autoridades se han negado sistemáticamente a utilizar a lo largo de este año.
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Esta misma negación de los hechos y la información tendenciosa por parte de las autoridades la seguimos viendo con el “rebrote” del virus. Por una parte, el Secretario de Salud, el Dr. Jorge Alcocer, informó que en México se está registrando un aumento sostenido de los casos activos para tiempo después ser desmentido por el Presidente, quién negó que el país esté atravesando por ese problema. Posteriormente, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, volvió a confirmar que efectivamente el país está por ingresar en una nueva etapa de exposición aguda al virus.
Esta desorganización acompañada del uso discrecional del conocimiento científico, son los verdaderos culpables de que en México hayamos rebasado lo “catastrófica” cifra de los 60 mil fallecidos hace semanas y no tengamos siquiera un plan o estrategia acorde a las necesidades actuales.
Para nuestras autoridades sanitarias la aplicación de pruebas masivas, el rastreo de casos reactivos e incluso el uso de mascarillas no son esenciales para el control de la enfermedad, cuando en otros países estas medidas verdaderamente están siendo la diferencia entre la vida y la muerte. Aquí, se desalienta a la población a que no se acerque a los hospitales para evitar las saturaciones, sino hasta que se presentan signos y síntomas avanzados ya cuando las probabilidades de sobrevivir son mínimas o, incluso, no se llega a la institución de salud.
Por si esto fuera poco, ahora debemos incrementar a esta ecuación la llegada de la temporada invernal y las enfermedades respiratorias que conlleva. En nuestro país las autoridades estiman que entre 15 y 18 mil personas pierden la vida cada año a causa de la influenza estacional. Una amenaza importante ya que los síntomas pueden ser parecidos a los del COVID-19. ¿Hasta cuándo decidirán las autoridades a tomar con la seriedad que requiere la situación?
Por Azul Etcheverry
aetcheverryaranda@gmail.com
@azuletcheverry
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