PIENSA JOVEN

Monumentos y Racialidad: ¿Qué esperar este 12 de octubre en plenos 500 años de la caída de Tenochtitlán?

Esto es un análisis crítico del pensamiento colonial en torno al reemplazo del Monumento a Colón

NACIONAL

·
monumento a colón por Tlali.Créditos: Foto: Especial

El pasado 5 de septiembre, durante la Conmemoración del Día Internacional de la Mujer Indígena, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, anunció que la estatua de Cristóbal Colón, ubicada en Reforma, sería sustituida por un monumento que tendría como propósito “la reivindicación de la mujer indígena” y un “[…] reconocimiento de los pueblos originarios y lo que representan las mujeres”. Dicha decisión, aludiría a la imperiosa necesidad de reconocer al otro, al indígena, silenciado y subordinado a la sombra de una historia hegemónica que no lo representa. 

Tlali, que significa Tierra en náhuatl, sería el nombre de la obra que se encargaría de plasmar lo anterior a través del rostro y cabeza de una mujer anónima indígena. Sin embargo, una serie de contradicciones e incoherencias desde la concepción de la obra, hasta su presentación, hicieron que el rumbo del proyecto tomara otra dirección. Entre estas contradicciones e incoherencias se encuentra el hecho de que, en primer lugar, el encargado de realizar el monumento, el escultor Pedro Reyes, un hombre y, además, que no pertenece a ningún grupo indígena, esculpiría la escultura que supone representar a todas aquellas mujeres indígenas silenciadas. Igualmente, aspectos como que no se convocara a ningún comité curatorial conformado por mujeres que se autoidentifiquen como miembros de pueblos originarios, parecería responder más a una decisión deliberada y política que a una genuinamente orienta a la defensa y reivindicación indígena. Lo anterior, terminó por hacer retroceder a la Jefa de Gobierno, en especial, cuando diversos grupos de mujeres originarias presentaron una serie de firmas que exigían su involucramiento en el proceso creativo. Así, al final el proyecto fue delegado al Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos de la Ciudad de México en conjunto con el INAH.

Este primer intento por parte de las autoridades capitalinas por sustituir la estatua de Colón y reivindicar a la mujer indígena permite observar diversos vicios, desconocimientos y conjeturas dadas por hechas, que retratan la aún presente suplantación y creencia colonial de supuestamente saber lo que es y lo que representa el otro sin acaso considerar su voz, su sentir y su entendimiento. Es decir, cuando dichas autoridades pasaron por alto el implicar a los grupos originarios, y contemplaron una obra, concebida por un hombre, que representaba de manera genérica, anónima e inmóvil a la mujer indígena, dejaron al descubierto la visión reduccionista y esencialista de que todos los indígenas son iguales (Camacho, 2021). Y, a la par, que las mujeres originarias siguen siendo silenciadas frente a monumentos de hombres que, al contrario, retratan y vitorean a personajes en concreto (Melgar, 2021).

Por otra parte, y muy por encima de las burlas o criticas emitidas por la estética y el diseño de Tlali, una sección de la ciudadanía reaccionó negativamente, pero no por lo mencionado anteriormente, sino por la remoción de la estatua de Colón. En específico, se originó un movimiento digital en change.org en el que demandaban la inmediata reposición de la mencionada estatua, alegando a la indignación social y a que se estaba cayendo en un delito Constitucional en materia de Monumentos Históricos de la Nación. Este planteamiento no sólo cae en el absurdismo de pretender dar o atribuir un sentido-valor superior distinto al que realmente se encuentran apelando, el cual es: la perpetuidad del pensamiento colonial.

Con respecto al ámbito Constitucional, efectivamente el Art. 48 de la Ley Federal Sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, habla sobre una sanción tanto económica como penal cuando algún funcionario o un comisionado del INAH “disponga para sí o para otro de un monumento arqueológico mueble”. Lo anterior, alegando que la Jefa de Gobierno, al retirar tal monumento días antes del 12 de octubre del 2020 por mantenimiento, estaba disponiendo para sí dicha escultura y, con ello, faltando a la Constitución. No obstante, la escultura de Colón nunca estuvo pensada para ser removida en su totalidad, sino para una reubicación del punto en el que se encontraría. Además, y debido a que por esas fechas se había lanzado una convocatoria que buscaba su derribo, es posible concebir que, en realidad, la remoción se hizo con el fin de preservarla y protegerla. En este sentido, no sólo cae en el ventajismo y la desinformación la petición hecha en change.org por el supuesto delito cometido al removerla, sino que, por el contrario, las autoridades están cumpliendo con el Art. 3º de dicha Ley: “Es de utilidad pu´blica, la investigación, proteccio´n, conservacio´n, restauracio´n y recuperacio´n de los monumentos arqueolo´gicos, arti´sticos e histo´ricos y de las zonas de monumentos”.

Sin embargo, y lejos de únicamente pensar si la escultura fue removida por un acto político o por precaución debido a los intentos de su derribo, el simple hecho de considerar o no la estatua de Colón avivó enormemente la narrativa sobre la hispanidad y el indigenismo en la sociedad mexicana. Sin duda alguna, dentro del contexto mundial, se vuelve cada vez más evidente y necesaria la deconstrucción histórica a través de la reconsideración del papel que tienen hoy en día los simbolismos dentro de este tipo de monumentos. El que haya surgido un movimiento de “indignación” apela más bien a una introyección colonial que choca y teme por el auge y reposicionamiento del oprimido. Recurrir a discursos de respeto y agradecimiento u orgullo por lo ocurrido entre el encuentro español e indígena, es caer en una visión miope de tales dimensiones que oculta el pasado histórico, y reafirma el poderío colonizador: 

“Descolonizar sólo refleja complejos y problemas mentales” (Calderón, 2021); “España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas. Orgullosos de nuestra historia” (VOX España, 2021); “No somos ni indígenas ni españoles. Somos orgullosamente el mestizaje de ambos y le debemos respeto a los dos” (Anónimo) 

Tales declaraciones no pueden tomarse a la ligera en especial cuando nos encontramos en uno de los países con mayores índices de racismo, clasismo, marginalización hacia los indígenas, diferenciación por color de piel y desigualdad económica. El pensar que la remoción de hierro y yeso (es decir, el monumento) apela a la eliminación del proceso histórico y a una ofensa del nacimiento del ser mexicano, deja ver la ignorancia y el desconocimiento social de las arduas luchas históricas que se han realizado por el reconocimiento indígena y la erradicación de la supremacía racial.

Ese pensamiento tan simplista y arcaico de creer que los monumentos y las estatuas son la única forma de expresión artística, vuelve tangible la dimensión conservadora de erigir a alguien o algo por la eternidad, es decir, nunca ser movidas, adaptadas, o provocar alguna otra reacción que no sea la de reverencia popular (Younge, 2021). Este tipo de valores son concebidos por y para la clase dirigente, para ser perpetuos en el tiempo y mantenerse vitoreados por los subordinados. Las sociedades evolucionan, y con ello el entendimiento y la reconsideración de nuestro pasado. La eliminación o reconsideración de una estatua no borra nuestra historia, nos hace verla con más claridad, y obliga a examinar con mayor detenimiento a quién se está honrando, si es merecido y desde qué punto de vista. Y cuando se argumenta que no se deben enjuiciar los actos del pasado con los estándares del presente sobre este tema, se cae en un tremendo oportunismo ya que se disfrazan los actos de guerra y sangre, por narrativas de corte mesiánicas (salvadores) y, así, justificar la colonización como medio de superación barbárica que, al fin y al cabo, son los mismos discursos que se han manejado desde la caída de Tenochtitlán.

Apelar al pensamiento decolonial se ha visto cada vez más imposibilitado luego de tantos surgimientos supremacistas que no sólo establecen narrativas de dominio de clase, sino que hace que el ser subordinado las introyecte y reproduzca como propias. Es preciso superar esto último y que acciones como mover un monumento importen menos que la vida, memoria e identidad de las víctimas silenciadas y exterminadas en nombre de aquellos que vitorean los vencedores. Después de todo, hablamos sólo de hierro y yeso. 

mgm