Yo no sabía qué era la muerte y de pronto, de un momento a otro todo se nubló, dejé de sentir, ahora ya lo sabía. Mi nombre es Diana y me asesinaron el 30 de julio de 2017; estrangulada con mi cinturón, así acabó mi vida.
Fue un feminicidio
Soy Diana Elizabeth Villafañez Santín y aunque mi vida, como la de muchos otros, no fue nada fácil, la disfruté. ¿El dolor?, mi sonrisa fue su mejor escondite. Jamás dejé que Arturo, mi hijo, mi mayor orgullo; lo notara.
Con él compartí los mejores momentos de mi vida; como la primera vez que fuimos a Cancún y quedé perdidamente enamorada del azul turquesa del mar.
Escucha aquí la historia de Diana Villafañez
Antes de yacer inerte en la tierra, escribir era mi pasatiempo favorito, escuchar música ochentera y cocinar, el mole con arroz: mi especialidad.
¡Qué emocionada estaba!, se acercaba mi cumpleaños 56 y con un mes de anticipación ya planeaba cómo iba a festejar, pero no me dejaron llegar. Fui asesinada; ya son más de dos años y aún no hay culpables, a pesar de todas las evidencias.
La desesperante lentitud
Mi caso sigue impune y la investigación avanza con pies de plomo; no fue hasta que la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México (CDHCM) incluyó mi feminicidio en una de sus recomendaciones que sacudió a los cerros de papeles varados.
El viernes 28 de julio, unos días antes de morir, tomé el valor necesario y terminé con mi pareja sentimental pues ya no se podía más, fueron demasiados los abusos y violencia física. Entonces, aquel día tomé la decisión de dejarlo para siempre.
Salí de casa liberada, ligera, lista para nunca más ser abusada y fui a trabajar.
Mi trabajo estaba en la colonia Condesa, no muy lejos del corazón de la Ciudad de México, yo administraba un departamento en renta, por lo que decidí que era un buen momento para reflexionar y no regresar a casa, ahí pasé la noche.
Al día siguiente, el sábado 29 de julio, por fin fue mi día de descanso, entonces aproveché para hacer unos pendientes por la zona y visitar a algunas personas en la colonia Roma, una zona muy querida para mí, casi toda mi vida la pasé ahí.
Mi día transcurrió entre las calles de Toluca, Baja California y Cuauhtémoc. Me encontré con varias personas y al anochecer, entablé una fuerte discusión con un hombre que hasta amenazó con matarme. La situación se salía de control, pero afortunadamente, una conocida me apoyó y me fui de ese lugar, me acompañó a casa de otra amistad.
Este fue el registró de mi última ubicación con vida, pero para la madrugada del domingo, alguien me había asesinado.
Morí estrangulada con mi propio cinturón
Me mataron apretando el cinturón alrededor de mi cuello y me abatieron a golpes. Mi cuerpo, cual pedazo de nada, fue arrojado en una curva de la carretera México-Toluca, en colonia Vista Hermosa de la alcaldía Cuajimalpa.
Me hallaron con la cara contra el suelo y con el cinturón aún atado al cuello. Tenía los pies descalzos y nada que me pudiera identificar, pero también había un juego de llaves y un candado a mi lado, mismas que pertenecen a la última persona que vi: uno de los sospechosos.
Mi hijo tuvo que reconocer mi cadáver, me vio con el rostro destrozado por los golpes, pero era necesario, me habían quitado todas mis pertenencias y no había nada que indicara quién era.
Yo peleé hasta la muerte, en mis uñas había restos de la piel de mi asesino y mi cuerpo se cubrió de sangre que no era la mía. Así, en ese estado, fui una muerta desconocida que terminó en al anfiteatro del Servicio Médico Forense de Cuajimalpa donde pasé días, hasta que Arturo, mi hijo, me encontró.
Dos años y tres meses
Ese es el tiempo que mi nombre está en una carpeta de investigación -otra muerta más- soy otra mujer que luchó por su vida hasta el último suspiro y que persigue que el delito de feminicidio sea castigado…
Texto: María José Serrano Carbajal
Edición: Paola Sánchez Castro
Diseño: Ana Navarro e Ingrid Almaraz