De joven, dice Armando González Torres (Ciudad de México, 1964), consumió mucha literatura negra, apocalíptica, amarga, misantrópica. Con los años, esa predilección se fue moderando y, “de manera inconsciente”, llegó a un terreno más sosegado. Pero no es que el poeta y ensayista reniegue de la fatalidad en las letras sino que su espíritu lector viró hacía “un mayor equilibrio analítico, un mayor sentido en las proporciones”.
“Creo que a partir de cierta edad uno se plantea la elección de sus compañías, de sus compañías lectoras, y en este sentido creo que buscas compañías más lenitivas, más equilibradas y sobre todo porque frente al aluvión de novedades que aparecen, frente a lo que uno puede leer en el tiempo que sobreviva, pues es muy poco, y en ese sentido hay que ser muy selectivo”, señala.
Así, González Torres se ha ido topando con los “Libros alegres” (El tapiz del Unicornio, 2024) que integran la última reunión de sus ensayos breves. Se trata de 63 textos que en conjunto revelan la bitácora lectora del autor, el rumbo que su interés intelectual ha tomado hacia una suerte de páramo del pensamiento alimentado, sobre todo, de ensayo, filosofía o alguno que otro texto teológico.
De “El infinito en un junco” de Irene Vallejo, “Jardinosofía” de Santiago Beruete o “Caminar, un elogio” de David Le Breton hasta los textos de Teresa de Ávila, Charles Dickens o Samuel Johnson, el autor encuentra en esas lecturas un ánimo alborozado. “Son libros que tienen dos características: por un lado, son libros que podrían llamarse, entre comillas, alegres, porque tienen un moderado optimismo, sin caer en la ingenuidad, ni en la ñoñez, pero son libros que, con respecto a su consideración del individuo, del ser humano, asumen que hay virtudes y que pueden replicarse”.
Por otro lado, explica, “son libros que no sólo provienen de la literatura, aunque yo soy escritor soy un lector omnívoro y vienen de todos los campos del conocimiento: filosofía, antropología, historia, sociología, religión, y en este sentido conforman un catálogo muy heterogéneo, pero que comparte un aire de familia en el sentido de que todos son autores equilibrados, escépticos, pero entusiastas y, sobre todo, son autores de una calidad literaria extraordinaria”.
En la selectividad que González Torres ha ido adoptando con los años también está el interés por no anular la curiosidad y el ánimo de leer lo nuevo. “Es muy importante buscar una compañía adecuada en la lectura, una compañía muchas veces ya probada en los cánones, probada por los siglos, pero también estar abierto a la novedad; de las imprentas, en general, sale mucha basura, pero de repente pueden salir gemas y dones inapreciables”.
-¿Lees autores jóvenes?, se le pregunta: “Sí, estos ensayos lo mismo combinan novedades, sobre todo en las áreas de filosofía, que autores canónicos; lo mismo desempolvo un griego olvidado que un grupo de novedades. Yo siempre he sido mal lector de narrativa y soy mucho más lector de poesía, de ensayo, de filosofía, son géneros con los que me identifico mucho más, aunque no dejo de apreciar la gran narrativa”.
“Pero para un lector, que además no es un lector de tiempo completo, seguir la producción narrativa es prácticamente imposible, porque es la industria literaria más socorrida de nuestro tiempo y creo que además está muy contaminada por los intereses comerciales, por la mercadotecnia y es muy difícil orientarse. Sí ejerzo mi curiosidad, sí he encontrado cosas extraordinarias, pero mi interés primordial es la poesía, el ensayo, la filosofía”, responde.
ELEMENTOS
- Tras la pandemia, Armando González Torres escribe dos aforismos cada mañana.
- En el escritorio, el autor tiene un libro sobre la utopía que piensa publicar próximamente.
- Además de publicar en diarios y revistas es autor de poemarios y libros de ensayos.
Por Luis Carlos Sánchez
EEZ