Cada sábado, decenas de parejas se dan cita en el Jardín Morelos, bajo la sombra de los frescos árboles, para dar rienda suelta a la pasión acompasada del danzón. Sus pasos y sus vestidos fácilmente te transportan a una etapa aislada del ruido y modernidad que late en el Centro Histórico, a unos cuantos metros de distancia.
Muy pocos de ellos habrán escuchado de sus papás relatos sobre el viejo Cuartel Norte de la Ciudad de México, hoy Biblioteca Nacional y Centro de la Imagen, y quizá ninguno tenga referencia familiar de su primer uso, como la fábrica de tabaco destinada a concentrar esa industria en la Nueva España.
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Porque la Ciudadela ha sido todo eso y más. Entre sus muros de sólida cantera de chiluca y tezontle, han pasado forjadores de puros, militares, presos, traidores, huérfanos y pobres, fotógrafos y literarios, que han enriquecido con sus vivencias su existencia.
Y aunque cada domingo asaltan a sus nobles puertas de madera los sones y la alegría, la solemne penumbra donde se guardan, como en algún momento se hizo con el arsenal vital para la supervivencia de la ciudad, las colecciones literarias de Alí Chumacero, Carlos Monsiváis, Antonio Castro Leal, José Luis Martínez y Jaime García Terrés, rebosa de significados.
Entre humo y burocracia
Tras la caída de Tenochtitlan y luego de la imposición de nuevos gobiernos coloniales, la Corona castellana permitió que sus ciudadanos probaran suerte en lo que ellos conocían como Nuevo Mundo, pero mantuvo la producción y el comercio de ciertos productos como monopolio propio, para generar recursos. Uno de ellos fue el tabaco.
Con la idea de eliminar el comercio ilegal que se hacía a través de pequeños negocios en casas, a los que se les conocía como estanquillos, la Corona propone la creación de grandes fábricas de tabaco, una de las cuales se erigiría en los llanos de Atlampa, los confines entonces de la naciente Ciudad de México.
En 1776 se ordena la construcción de la Real Fábrica de Tabacos y Puros, pero no se realizó debido a diversas razones. Primero, una gran sequía y la guerra provocaron que el presupuesto destinado a ella se ocupara en otras cosas, luego, la idea de que las construcciones novohispanas siguieran con la calidad arquitectónica de las existentes en la Península Ibérica, provocó un retraso burocrático de varios años.
Finalmente, el 22 de julio de 1807, se inauguró la Real Fábrica. Su diseño, a cargo del arquitecto José Antonio González, asemeja a una fortaleza, por lo que los naturales empezaron a llamarla La Ciudadela, nombre que heredó hasta nuestros días.
Con carácter militar
Sin embargo, su uso civil no duró mucho tiempo. Apenas ocho años después, en 1815, la fábrica es transformada en almacén de armas y taller para el mantenimiento de cañones y artillería, en plena Guerra de Independencia.
En sus patios, el 5 de noviembre de ese mismo año, se despojó de sus investiduras eclesiásticas al llamado Siervo de la Nación, José María Morelos, quien fue fusilado días después en el pueblo de San Cristóbal Ecatepec.
Durante este periodo, la Ciudadela es transformada de pies a cabeza de edificio civil a militar. Las hermosas salas de trenzado de tabaco ahora son dependencias de soldados, prisión militar, cocinas de guerra.
Aunque la Independencia concluyó en 1821, la Ciudadela siguió siendo uno de los más espectaculares fortines militares de la capital. En 1829, Vicente Guerrero hace adecuaciones para volverla una fortaleza impenetrable, incluyendo fosos y reforzando sus ya gruesas paredes.
Refugio de sublevados
Si bien la sublevación encabezada por Félix Díaz contra el gobierno de Francisco I. Madero es la más conocida, no es la única que protagonizaron las fuerzas acuarteladas en el imponente edificio del entonces llamado barrio de Nuevo México.
La primera de ellas sucedió en 1840, cuando sus ocupantes, alumnos del Colegio Militar, se sublevaron en contra de una facción militar que había secuestrado al presidente Anastasio Bustamante para pedir su dimisión.
Seis años más tarde, las tropas allí dispuestas hacen dimitir al entonces presidente Mariano Paredes, quien dos años antes había depuesto al gobernante José Joaquín Herrera. En este histórico sitio, Valentín Gómez Farías crea el llamado Plan de la Ciudadela.
Debido a la enésima reelección de Benito Juárez al frente del gobierno, Miguel Negrete, Jesús Toledo y Aureliano Rivera protagonizaron una asonada en 1871, la cual fue sangrientamente sofocada en un día.
Toda esa historia de rebeldía desemboca en los sucesos conocidos como la Decena trágica, cuando las tropas de Bernardo Díaz, apoyadas desde el gobierno por Victoriano Huerta, derrocaron violentamente a Francisco I. Madero.
De hecho su hermano, Gustavo Adolfo Madero, quien advirtió con tiempo al entonces presidente sobre la traición huertista, fue martirizado y asesinado al pie de la estatua que conmemora el paso de Morelos por la Ciudadela.
De las armas a las artes
Tras el triunfo de la Revolución, el presidente Álvaro Obregón intenta borrar las dolorosas huellas del pasado militar y ordena que, poco a poco, el antiguo cuartel de la Ciudadela sea desmantelado para dar paso a instalaciones artísticas.
La primera de ellas fueron los Talleres Gráficos de la Nación, que dejaron su ubicación en el centro de la capital para trasladar sus imprentas al espacioso edificio. Entre sus muros también hubo escuelas de diseño, arquitectura e incluso un proyecto inspirado en la Bauhaus alemana.
Hacia 1946, en un proyecto impulsado por José Vasconcelos, se crea la Biblioteca de México, con el objetivo de ofrecer miles de libros a las personas que vivían en los populosos barrios cercanos.
Las calles que rodean a la Ciudadela han estado siempre llenas de historia, tanto dolorosa como alegre. Cerca de allí, en la preparatoria Isaac Ochoterena, se produciría el enfrentamiento que terminaría con la masacre de la Plaza de las Tres Culturas en el 68, y en contraparte, en 1996, decenas de personas se empezarían a congregar cada sábado para bailar al ritmo del danzón y disfrutar de la tranquilidad de la zona.