CÚPULA

Juramento hipocrático

En un lugar llamado la Casa de la Maternidad atienden a madres solteras que van a tener a su bebé. Ahí trabaja una mujer que será un parteaguas en la historia de la medicina

CULTURA

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Juramento hipocrático, relatoCréditos: El Heraldo de México

Es una niña que sabe exactamente lo que quiere—dijo la doctora Matilde, poniendo a la bebé entre mis brazos.

 Empecé a llorar, le conté sus deditos, acaricié su carita; en ese momento me sentí la mujer más fuerte del mundo, a pesar de todas las etiquetas que me habían puesto en la frente al quedar embarazada. En la Casa de la Maternidad, por lo regular, atendían a madres solteras, y yo tuve la suerte de que se encargara de mi parto la primera mujer médico de México, bueno, le faltaba muy poco para convertirse en una, la realidad es que en la universidad le habían puesto trabas y más trabas, pero cuando le escribió una carta el presidente Porfirio Díaz, su suerte cambió, la apoyó y no les quedó más remedio que aceptarla de nuevo y dejarla terminar las materias que no había cursado.

 La doctora me dijo con una sonrisa: “Todo va a estar bien, ya lo verás, ahora tienes una razón muy poderosa para vivir y para luchar, estoy segura de que saldrán adelante. Me voy, porque tengo que ir a la facultad”.

 Sus palabras me tranquilizaron, me lo decía una mujer a la que habían difamado, ignorado y menospreciado simplemente por su género. Le inventaron cosas tan absurdas que hasta ella misma se reía de las injurias. ¿Cómo se había atrevido a estudiar Medicina? ¿Por qué desafiaba a los convencionalismos de la época?

 Esa misma tarde Matilde vino a hacerme la visita de rutina, se notaba muy molesta y contrariada, aunque intentaba disimularlo con una sonrisa amable y discreta.

 —¿Todo bien, doctora?— le pregunté mientras me revisaba.

 —No me quieren dejar… —suspiró mientras guardaba el estetoscopio.

 —¿Qué cosa? ¿No la quieren dejar?— la interrogué confundida.

 —Salvar vidas— contestó con la mirada perdida, como si intentara recordar o recuperar algo.

 —¿Cómo? ¿Quién?

 —En la escuela de medicina me dicen que no puedo titularme porque en los estatutos no estamos consideradas “las alumnas”.

De hecho, ninguna mujer lo ha hecho y tampoco puede hacerlo ahora. Son tecnicismos retrógrados y una burocracia terrible.

 —¿Y cómo la dejaron entrar a la facultad?

 —El presidente abogó por mí.

 —¿Y no lo puede volver a hacer?

 Matilde hizo un movimiento con las manos para darme una respuesta plagada de dudas. En realidad, no sabía qué iba a pasar.

 Tomó a la bebé y me la dio con ternura, no sin antes decirle:

 —Tú nunca tendrás ese problema, los tiempos cambiarán.

En 1887, Matilde Montoya fue la primera mujer en México en convertirse en médico. 

Recibió su grado académico en la Escuela Nacional de Medicina, abriéndole las puertas y el camino a todas las valientes mexicanas que algún día se atreverían a hacer el juramento hipocrático.

POR MARIOLA FERNÁNDEZ
MARIOLA_F2@YAHOO.COM.MX

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