Al navegar por internet, específicamente en Instagram, es posible encontrar una multitud de recomendaciones sobre parques, plazas y galerías con nuevas exposiciones de arte. Hay algo peculiar que muchas de estas recomendaciones comparten: lo más atractivo de ir al evento no es el arte en sí, sino que es un buen lugar para tomar y tomarse fotos a uno mismo (para, evidentemente, después publicarlas en redes sociales).
Es interesante observar que el arte, cada vez más parece ser sólo un producto a la venta, un atractivo por el estatus social e intelectual que conlleva poder verse rodeado de cosas bellas y estimadas por nuestro círculo social. El arte no se busca por el arte sino por lo que le rodea. Parecería que tan solo presentarse a una exhibición de arte lo convierte a uno en conocedor, culto, de la misma manera que casi cualquiera que tenga un libro en la mano es considerado intelectual o más inteligente.
Por supuesto, el arte es y siempre ha sido, una actividad sobre todo para quienes pueden darse el lujo de tener tiempo de ocio, manera de transportarse hacia museos o exhibiciones y, claramente, de pagar la entrada. A lo largo de la historia, e incluso en nuestros días, el arte ha sido un pretexto para que las personas con más posibilidades se reúnan y socialicen en un ambiente bastante exclusivo.
Gracias a la tecnología, cada vez más cosas están disponibles de forma gratuita para cualquier persona que las desee y, aún así, es notorio el poco interés que despiertan muchos recursos, convocatorias y exhibiciones valiosas. Considero que se debe a la falta de cultura y educación.
El gobierno y muchas asociaciones e institutos han buscado educar en el arte y la cultura a través de un sinnúmero de propuestas que no han tenido mucho éxito y, sin embargo, creo que la generación Z, los adultos más jóvenes, han encontrado un método insospechado para esparcir la cultura y educar en la apreciación a lo bello. Lo mejor que le ha pasado a la educación masiva sobre el arte es que esta sea instagrameable.
La búsqueda generalizada por entornos bellos, aunque sea para tomarse una foto, educa una sensibilidad que tiene el potencial de reducir el vandalismo e incluso el crimen y la violencia. Instagram no ha ocasionado la trivialización del arte, sino su popularización y esto no implica la desvalorización de algo que antes era sólo para unos cuantos, sino que lleva y aumenta hasta ese nivel de cultura a toda una generación de “influencers”.
Es inevitable –al menos para mí– hacerse las filosóficas preguntas de ¿qué es arte? ¿Es cierto para el arte lo que dice el chef Gusteau sobre la comida en Ratatouille: “cualquiera puede cocinar”? Pero eso es ya otro tema.
Quizás este fin de semana, quizás esta vida, este año, sea el mejor momento para salir a disfrutar, compartir y reflexionar sobre el arte y la belleza ante un mundo tan atribulado como el que nos tocó.
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mgm