CÚPULA

Danza en colaboración con los artistas del montaje

Cuando se trabaja al lado de otros artistas, la obra encuentra respuestas no imaginadas

CULTURA

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DANZA. Cuando se trabaja al lado de otros artistas, la obra encuentra respuestas no imaginadas. Foto: EspecialCréditos: Especial

¿Cómo aprendemos a mirar? ¿Será que lo que vemos y escuchamos a lo largo de nuestra infancia se vuelve una forma de entender y vivir en el mundo? ¿En qué medida todo ello definirá las ideas que, quienes nos dedicamos a la creación escénica, construiremos para ser vistas y escuchadas?…

Yo tuve la fortuna de estar en contacto con el arte desde que nací, de niña estudié música, teatro y pintura, de joven descubrí la danza, y más adelante compartí un departamento con una pintora (Janeth Berrettini) y un bailarín/coreógrafo (Víctor Manuel Ruiz). Tengo un padre compositor y una madre cineasta y escritora, así que de alguna manera mi destino estaba escrito, ¡no había escapatoria!

Este contacto constante con otros artistas definió una de las actividades que considero más satisfactorias y relevantes en mi vida: colaborar con otros artistas. La danza es de naturaleza colaborativa; siempre se trabaja al lado de músicos, escenógrafos, bailarines, iluminadores, diseñadores y un largo etcétera y, por ello, plantea el terreno idóneo para socializar las ideas y dejar que emerjan nuevas.

Al imaginar una nueva pieza busco siempre la posibilidad de colaborar, porque he comprobado que cuando una idea dialoga con otras visiones y formas de hacer, todo en ella se expande y se convierte en potencia de lo inédito. La mirada de los colaboradores abre nuevas ventanas que dan impulso a la cascada de creatividad que se genera en un proceso de creación.

A partir de ahí comienzan los descubrimientos, acuerdos y encuentros que poco a poco entretejen el gran telar de saberes que darán lugar al devenir de algo que no existía. Cada uno desde su disciplina, experiencia y visión, aporta elementos que enriquecen de manera luminosa la artesanal tarea de todos los demás.

Desde mi experiencia, los procesos creativos son espacios de dialéctica, terrenos de provocación que estimulan la inteligencia, sensibilidad y creatividad de quienes lo integran y, sobre todo, generan la oportunidad de cambiar de punto de vista y reconocer (y vivir) el mundo desde otras perspectivas.

La creatividad es siempre un viaje de incertidumbre, comienzas en un punto sin conocer el final, ¿será por eso que es tan adictiva?

Cuando creas una pieza en soledad, tus decisiones están definidas y, en el mejor de los casos, enriquecidas por tus propios pensamientos, concepciones y formas de hacer, pero cuando trabajas al lado de otros artistas, la obra encontrará respuestas que antes no imaginabas, transitando por una suerte de construcción fractal.

Crear la identidad estética de una pieza colaborativa es un desafío; deberá construirse una “columna vertebral” determinada en conjunto por los colaboradores, con el fin de encontrar una base conceptual que dé sintonía al trabajo y permita su irradiación.

Cuando este centro orbital está claro para todos se da entonces la libertad esencial para que cada uno comience a dotar a la pieza de músculos, piel, tendones y venas, es decir darle materialidad a ese sistema escénico que encontrará su naturaleza como un ente poético-expresivo.

Las obras tienen esa extraña facultad de tener “vida propia”, son capaces de comunicarle a los creadores, desde el ámbito de la intuición, cuáles son los caminos a tomar para llegar a una resolución integrada y completa.

Una puesta en escena podría equivaler al trabajo de un equilibrista que trata de balancear todos los elementos que la constituyen para integrarlos en un “acto” único; o como un alquimista que mezcla materiales diversos con la esperanza de descubrir una nueva pócima.

En ambos casos la intuición es un elemento vital que los creadores deben conservar siempre con tentáculos receptivos, moldeables y abiertos a nuevos descubrimientos. Esta capacidad de movilidad es fundamental para evitar el anquilosamiento creativo, de lo contrario se corre el riesgo de perder la fascinante experiencia de mutar y descubrir otras naturalezas de uno mismo como artista y como ser humano.

Sé que en los procesos colaborativos los hallazgos surgen al vivir en el ámbito de lo lúdico, un juego cuyas fichas son las visiones de los colaboradores, y en el que dos de las reglas o condiciones principales son: poder abandonar el ego y dejar libre el camino para que, a través del encuentro con el otro, surja la magia: una nueva obra.

Por Claudia Lavista

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