Como sucede con todo compositor lírico relevante, la música de Armando Manzanero, sencilla, melodiosa, recordable, no puede disociarse de las letras sobre las que se articulan los sonidos. Ahí, en esa combinación de artes, se consolida la poesía rítmica de las palabras y, más aún, se crea el mundo que describen sus canciones.
Es en esa región del lirismo donde también habita el público que se acerca a la música de Manzanero, acaso transportado a una manera de sentir específica y necesaria para materializar una expresión libre de cursilería o incredulidad ante semejantes emociones. Es por ello que ese humor, desde luego, no es para toda persona. O, mejor dicho, no para todos los momentos de sus arcos sentimentales.
Para conectar con la obra de Armando Manzanero Canché, fallecido a los 85 años de edad, el pasado 28 de diciembre de 2020, debe andarse sensible, con las ganas de expresar con sencillez la complejidad de las emociones experimentadas y abrirse a ellas.
Las más de 600 canciones de este músico, arreglista y productor yucateco, nacido el 7 de diciembre de 1935, tienen como denominador común la conciencia de la vida cotidiana y el aire poético de su expresión: la soledad, el deseo de estar con alguien, las etapas diversas del amor romántico e incluso sexual, el paso del tiempo, la ausencia, la pérdida o la nostalgia.
Es por ello que, al margen del autor específico de cada una de las letras, la idea de pertenencia creativa de Manzanero engloba toda su obra. Porque no se trata sólo de un listado de títulos que componen su catálogo, sino de una frecuencia musical de naturaleza romántica, pudorosa y frágil de las emociones humanas que no siempre se abren: las más íntimas, las sentimentales.
En la capacidad para entender esa síntesis entre palabra, música y exposición emocional radica también el atractivo y la complejidad interpretativa que encierran las canciones de Manzanero. El reto para abordarlas no radica en la modesta complejidad estructural o armónica de las piezas, ni en la escritura vocal exigente de registros agudos o graves extremos, pues su redacción es más bien central, y busca el tono casi declamatorio. Prueba de ello es el mismo Manzanero en su faceta de cantante, quien solía abordar su obra sin un instrumento particularmente destacado en extensión, brillo o belleza, aunque sí muy expresivo.
Ese punto de expresividad discursiva que puede alcanzarse a través de la sencillez musical es, al mismo tiempo, motivo de encanto y lucimiento para los cantantes que han abordado su obra. Incluirlo en el repertorio personal es, sin duda, una inversión artística.
Ese es quizás un punto de partida para entender la lista de nombres que han cantado obras de Manzanero. Es no sólo amplia en términos numéricos y años de actividad en escenarios, programas de televisión y estudios fonográficos —lo que supone cambios de generación y tendencia musical—, sino sobre todo disímiles en calidad vocal, referencias estilísticas, nacionalidades, y grados de aceptación y popularidad.
El éxito y prestigio de algunos compositores se cimienta en su fama, en las ganancias económicas que es capaz de generar su obra, en la superioridad y exquisitez de sus intérpretes, en el impacto que causa en el público o en los recintos en que se programa.
En el caso de Armando Manzanero, todos esos parámetros se combinan, pero se singulariza cuando se contempla el cúmulo de artistas que lo han tenido en sus repertorios. Solistas, grupos, bandas, orquestas. Baladistas, rockeros, cantantes de ópera. Desde Luis Miguel, Elvis Presley o Frank Sinatra, hasta Bronco, Café Tacvba, Ray Conniff, Wynton Marsalis, Celine Dion, Christina Aguilera y Tony Bennet, sin dejar de lado a José José, Aranza, Alejandro Sanz, Pablo Milanés, Perry Como, Carlos Rivera, Alejandro Fernández o Lisset.
La enumeración de intérpretes, bien sean asiduos, esporádicos u ocasionales del compositor yucateco, es irreductible a todo artículo periodístico. Y es en esos ámbitos nacionales e internacionales de la música, como suele ocurrir con los artistas de relieve, que Armando Manzanero incluso queda detrás de su obra.
No obstante, sus canciones tienen la particularidad de que resuenan y son recordadas también por la huella que es capaz de imprimirle cada intérprete. Son obras generosas que admiten y, en rigor, reclaman el aporte personal y artístico de aquel que las aborda, tal vez para compartir con el público melómano el burbujeante brebaje del amor, la tristeza por el abandono o la irremediable imposibilidad de complacer a una pareja.
Todos, intérpretes y públicos diversos, de una u otra manera se encuentran adscritos en esas canciones porque han experimentado una o varias veces aquellas situaciones que marcan el carnet sentimental de quien se ha aventurado en la vida. Su catálogo musical contiene lugares emocionales comunes. Y pueden resonar con brío, cuasi heroico, en voz de Plácido Domingo; con el lamento bailable de Lupe Esparza; con la belleza vocal, pero falta de dicción, de Giuseppe Di Stefano; con la melódica y elegante virilidad de El Rey del Rock; con la emisión de ondulante vibrato de Edith Márquez; con el vigoroso manierismo de José Cura; con la locuacidad e histrionismo de Susana Zabaleta; con la vitalidad urgente de Napoleón; con la mediática presencia de Andrea Bocelli o con el transparente carisma de María León. La obra de Manzanero es un patrimonio intangible del mundo musical entero. Su icónica imagen al piano, con la entonación propia o de algún cantante a su lado, preserva ese ambiente de tertulia romántica, de una época ida o mitificada que, sin duda, resulta emblemática porque los tiempos han cambiado.
Parte de esa época intentó recrearla en programas de televisión, propios o ajenos, en donde aparecieron muchas de las nuevas voces que hoy conforman buena parte de la industria musical en habla hispana.
En pantalla, de igual manera, quedó registrada la generosidad que tenía con los nuevos talentos, no sólo al convidarlos de su música, sino de sus reflexiones emocionales, de su conocimiento artístico y vital.
Su imagen pública no se libró de señalamientos personales de machismo, abuso marital o simpatía por el acoso a las mujeres, aspectos polémicos que se han recordado luego de su desaparición física.
No obstante, el tamaño de su obra se ha impuesto tanto como el éxito de decenas de sus canciones, que ya podrían considerarse clásicos. “No sé tú”, “Esta tarde vi llover”, “Somos novios”, “Adoro”, “Como yo te amé”, “Mía”, “Nada personal”, “Voy a apagar la luz”, “Parece que fue ayer” o “Contigo aprendí”, son ejemplos contundentes de su trascendencia musical y de un mundo que, quizá, ya no está ahí a simple vista.
Sin embargo, la frecuencia sentimental que aluza la obra de Armando Manzanero subyace entre el público, por debajo de la mesa.
Por José Noé Mercado