Actualmente Directora General del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, Secretaría de Cultura, México. Este texto, en su primera versión, fue publicado por la Agenda 21 de la Cultura, con sede en Barcelona, en español, inglés y francés, en abril de 2020, al inicio del confinamiento por la pandemia.
La naturaleza reclamó su reino. El planeta, con su avanzado calentamiento global, sacudió a la humanidad hasta detener el frenético ritmo de millones de personas en todo el mundo. La sociedad contemporánea pensada para la producción y el consumo de pronto tuvo que trabajar para dejar de hacer, para entrar en un tiempo lento o de inactividad. El virus COVID- 19, nacido en un mercado de venta ilegal de especies animales, se volvió la pandemia más cruenta de los últimos 100 años. ¿Qué de este sentido del tiempo permanecerá después? Es algo a reflexionar, ya que el eje de toda cultura es la relación tiempo y espacio. Y es ese eje el que se ha trastocado aquí y allá.
Bajo el manto del desconcierto y en la incredulidad, a través de una tupida red de redes sociales, con noticias ciertas y otras inventadas, se generó un estado de alerta y, en ocasiones, una incontenible histeria social, estrés y ansiedad en el encierro. También se abrió la posibilidad de revalorar el silencio, de rehabitar los espacios de la vida cotidiana y volver a la familia, aunque se viva la tensión de una convivencia enmarañada con realidades de violencia, especialmente hacia las mujeres, las niñas, las adolescentes y los jóvenes. Recuperar la emocionalidad y el sentido de vida, de esperanza, y contribuir a los derechos de las mujeres a una vida sin violencia será fundamental, aun bajo esta crisis global, ya que no parece tener fin a corto plazo, a pesar de que por fin existe la vacuna.
El virus con alto nivel de contagio puso en riesgo a personas con movilidad internacional, luego, avanzó en lo nacional y local, rompiendo la proximidad comunitaria y los ritos asociados a la muerte, a la convivencia misma. Definir las nuevas bases de la movilidad mundial ocupará su tiempo. El riesgo es que el miedo y la incertidumbre restrinjan sus posibilidades. Habrá que romper estereotipos; ser del Oriente, italiano, estadounidense o extranjero en general parece despertar desconfianza. La comunicación no fluye de la misma manera en las lenguas indígenas en muchos países. Luego del confinamiento, es de esperarse que el sentido festivo de las culturas, ahora contenidas, recuperen la calle, el espacio público, y se revalore la implicación de los cuerpos como territorio emocional y cultural, como territorio de libertad. Sin embargo, no será fácil, ante el repunte de los contagios en muchas partes del planeta y el surgimiento de nuevas cepas del coronavirus.
El acceso al conocimiento científico-técnico y la posibilidad de traerlo hacia la vida cotidiana, se puso en tensión. Un nuevo lenguaje se posicionó a través de los medios: “sospechosos de contagio”, “positivos”, “aplanar la curva”, “asintomático”, “inmunidad de rebaño”, entre otros tecnicismos que hoy son parte de una cotidianidad que no sale de su azoro. Los riesgos de colapso de los sistemas de atención médica, nos obligan a repensar las nociones de salud desde el punto de vista de la diversidad, las culturas alimentarias y el conocimiento tradicional de los pueblos, los cuales hoy no están tan presentes en la narrativa de la pandemia. Ellos siguen trabajando, “hasta que se pueda”, señala una mujer que siembra maíz criollo en México. El mundo de los carbohidratos y la comida procesada ha hecho de las suyas en la salud pública.
El proceso aún no termina, se vive de manera diferenciada entre países, lo que ha permitido a unos aprender de otros. Por supuesto, las desigualdades entre naciones y a su interior, salen a relucir como nunca antes. La brecha digital puede significar una diferencia abismal. La cooperación cultural internacional es vital, sobre todo para la cura del mal, para la reconstrucción económica, la gestión del agua y la diplomacia cultural, pero tendremos que replantear metas aun en el marco de la Agenda 20-30.
Mientras los hospitales avanzan en su reconversión para atender las etapas más críticas del COVID-19, los sectores culturales de países y ciudades hacen su reingeniería hacia la virtualidad. Aprovechan contenidos, producen, convocan y comunican. Bibliotecas digitales están al alcance, para quienes tienen un teléfono inteligente o una computadora en casa. Empresas globales y grandes centros de producción artística abren sus portales de manera gratuita por determinado tiempo. Recorridos virtuales de museos, conciertos colectivos o individuales, conferencias, lives, talleres, lecturas y muchos otros formatos son las ventanas de acceso al mundo.
Las plataformas tecnológicas aparecen como los nuevos escenarios donde la cifra de audiencia tiene un sentido totalmente diferente. Muchos creadores abrieron o ampliaron sus canales en sentido colectivo digitalmente. Hay nuevas composiciones, clases, videopoemas, video conciertos, “falsos en vivo” o transmisiones en streaming. Emotivas experiencias artísticas se han compartido miles de veces en muchos lugares del mundo. Las prácticas artísticas han dado vida a nuevos lenguajes, aunque nunca se renunciará a lo presencial. Si hoy la cultura y las artes son un recurso básico de conexión con el mundo, sería deseable su revaloración como sector estratégico y se fortalezca una visión de derechos culturales en un sentido de bienestar.
La crisis que ocasiona el cierre de centros artísticos y culturales, museos, galerías, teatros y otras infraestructuras, renuevan la urgencia de replantear el sector desde su sostenibilidad, no sólo como campo de gasto corriente, sino como espacio de inversión productiva. Las medidas de emergencia de las instancias culturales gubernamentales aparecen, acordes a las circunstancias de cada país o ciudad. No todos pueden responder igual. Las soluciones estratégicas suponen cambios estructurales a los sistemas culturales y su perspectiva de inversión sostenible. La reducción de la vida pública traerá también lentitud en la recuperación de la vida cultural y la producción artística. ¿Cómo frenar la descapitalización del sector y fortalecer la colaboración y la economía solidaria?
La reflexión estética avanza en varias disciplinas artísticas. ¿Dónde se hace un actor, una actriz, acaso la teatralidad se construye desde la energía desbordada del escenario o encerrado en tu casa, a través de una pantalla? La creatividad se ha expandido. Una producción circula del mundo de la gratuidad al de la boletería digital. Bailarines formándose virtualmente asumen nuevos roles, más allá de ser ejecutantes. Las salas de concierto digitales se perfilan como alternativas que ya no tienen marcha atrás, aunque se recupere la añorada presencialidad de manera menos intermitente. Interesantes procesos de mediación digital surgieron interconectando experiencias muy diversas y entre centros de artes visuales afines en México, España, Argentina, Colombia y más. Los museos viven tránsitos en sus arquitecturas digitales y cruzan mundos inesperados.
¿Qué de esto se volverá parte de los escenarios culturales de las sociedades postCOVID- 19? Difícil saberlo. El capitalismo no perdona. El algoritmo se reprograma para empezar a promover descuentos en hospitales, o herramientas de oficina en casa. El envenenamiento mediático y el oportunismo político tampoco ceden. El uso de las palabras como disfraz de agendas ocultas, y no tanto, están a la orden del día. Estamos frente a una recomposición global del mundo, la cual habremos de conocer hasta concluida la crisis o establecidas nuevas realidades que por ahora todavía está en gestación. No perdamos de vista los pasos de los países asiáticos.
En América Latina somos sociedades de memoria, de tradición oral, pero también creativas y diversas, con procesos artísticos de amplio reconocimiento internacional. Es posible que los propios grupos sociales profundicen los aprendizajes tecnológicos que ahora son parte de la resiliencia, y dotarlos de contenidos de sus diversas experiencias; que las instituciones culturales no renuncien a la virtualidad construida en la emergencia y la conviertan en una forma constante de interacción social y aprovechen la reconexión social y con los sectores artísticos para repensar los ecosistemas vigentes a partir del diálogo constructivo. La empresa privada tiene frente a sí una oportunidad para sumar en perspectiva de bien común. La desigualdad, sin embargo, es una dolorosa realidad ampliamente documentada. Y eso no podemos olvidarlo.
Estamos viviendo una reconversión global de las maneras de producir, de exhibir y de disfrutar el arte y la cultura. Si la economía de la cultura a nivel global adquiere un ritmo menos frenético, no sólo por la vulnerabilidad de cada sector cultural, sino porque la globalización implicará nuevos pactos, las políticas culturales de los países y de las ciudades habrán de encontrar sus propias maneras de rediseñarse. Intentemos no regresar a una “normalidad” que hacía aguas por todas partes, y luchemos con renovada consciencia para que sea reemplazada por una visión de derechos culturales en un sentido de bienestar. Ese es uno de tantos retos.
Por Lucina Jiménez
Doctora en Ciencias Antropológicas por la UAM-I. Especialista en políticas culturales y cultura de paz. Miembro del grupo de expertos de la Agenda 21 de la cultura (CGLU)