Marzo 2020: en unas semanas la actividad escénica de México se detuvo. La mayoría no entendimos la magnitud de la pandemia, la manera que afectaría nuestra vida personal y las actividades artísticas .
El coronavirus afectaba a lugares muy lejanos, nuestra solidaridad y preocupación miraban a Italia. Sin embargo, el 15 de marzo salimos del Teatro de las Artes y no regresamos más a los salones de danza.
Transformar nuestro trabajo fue un proceso largo; comenzamos, posiblemente, jugando con las redes sociales; tardé mucho en aceptar que el encierro era un largo camino. En el mundo, las redes se llenaron de clases en línea, ejercicios para mantenerte en forma; bailarines y bailarinas haciendo toda suerte de pasos en la sala de su casa. Tendus, fouettés y pirouettes en toda clase de espacios.
Presencia virtual
Las grabaciones de funciones en vivo comenzaron a publicarse a través de diversas plataformas: atender al público y mantener nuestra presencia activa y vigente se volvieron prioridad. Los teatros y las agrupaciones artísticas sacaron sus acervos para continuar llevando al público su trabajo.
Sin embargo, no es lo mismo transmitir o retransmitir una función que crear material específicamente para estas plataformas, para el mundo virtual y los medios digitales; las opciones son infinitas, las posibilidades de colaboración, creación y herramientas, también. Las limitaciones son enormes; en principio el espacio, la imposibilidad de moverte con libertad, la imposibilidad del contacto. No es lo mismo crear un material para video y ser visto a través de plataformas –Internet, apps, TV, cine–, que crear la obra desde cero, a través de estos medios que, si bien funcionan, mucha gente no los había usado antes.
Hemos aprendido a comunicarnos otra vez, la distancia nos ha obligado a entender lo que esto significa; es imposible dirigir una clase, mucho más una coreografía; si no nos escuchamos, no basta con ser seguidor de las redes. No es suficiente ser especialista en publicar notas en las redes.
Nuevos diálogos
La combinación de disciplinas es nueva y como toda novedad es desconocida, al igual que sus posibilidades. Un coreógrafo en Francia monta una pieza para una bailarina que no conoce en México, se presenta en una plataforma donde una persona en Canadá la puede ver. Se establece un nuevo diálogo: ¿A dónde nos lleva? ¿hacia dónde nos llevará?
Una de las cosas más bellas del hecho escénico, como tal, es la convivencia con el público, el instante mágico, único e irrepetible, en que te enfrentas al espectador; cuando el momento culminante de una obra no es un clic, sino el cierre del telón, escuchas la respiración del público que aprueba o desaprueba –a unos metros de distancia–, no un like a kilómetros.
En algunos lugares del mundo, los teatros se abren, nos enfrentamos a que llamamos "nueva normalidad". Con esperanza o con miedo, poco a poco, miramos la posibilidad del retorno a nuestros salones, al ejercicio pleno de nuestra actividad. El mundo digital y la creación a distancia se quedarán junto a nosotros, no van a desaparecer, pero confiemos en que volveremos al Teatro, a esa maravillosa posibilidad de estar en vivo. ¡De estar vivos en vivo!
Por Cuauhtémoc Najera
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