La esperanza murió; la lucha fue aplastada cuando, desde las alturas, los estudiantes fueron atacados. Aquellos que anhelaban la construcción de un mundo mejor a través de la vorágine de una revolución que hiciera caer las viejas estructuras. Tenían la ilusión de la edificación de un mundo más justo. Estudiantes cuyos principios ideológicos eran tan extraordinarios que no les importó dar su vida por la lucha, dejar la individualidad para unirse a la lucha colectiva. Pero el Estado los acribilló sin pudor y sin vergüenza.
Los estudiantes corrieron e intentaron huir y algunos se refugiaron en los departamentos aledaños pidiendo refugio, pero todos fueron condenados. Y los medios callaron y la sociedad calló. La plaza de Tlatelolco fue limpiada, y la sangre y cuerpos que una vez brillaban con luz revolucionaria se intentaron borrar.
Después del 2 de octubre, llegó un cisma. Estos jóvenes tuvieron que enfrentar una decisión a raíz de lo acontecido 55 años atrás: dejar la lucha o continuar. ¡Qué pregunta tan cruel! Tras la muerte de compañeros y compañeras, tras la represión del Estado, tras la persecución política, tras la separación de familia, y el cuestionamiento de qué hacer, resulta un enigma siniestro. Parecía que Ordaz, Echeverría y demás habían logrado reducirlos a polvo, sin embargo, muchos jóvenes decidieron seguir la lucha, ya que sus principios les impedían abandonar. Y el movimiento se radicalizó.
¿Cómo no hacerlo tras la respuesta del Estado? Los problemas debían tratarse y resolverse desde la raíz. Los conservadores critican a estos jóvenes condenándolos como terroristas, pero qué saben ellos de luchas sociales. Hay que evitar caer en tales simplificaciones. Que se escuche fuerte y que se escuche claro: estos jóvenes fueron y siguen siendo héroes anónimos que dieron su vida en la lucha por el porvenir de este país. Lo único que deberíamos de decirles a todos los perseguidos, desaparecidos, prisioneros o muertos es: ¡Muchas gracias, compañeros y compañeras!
Nuestro papel en esta historia continúa, tenemos que luchar de acuerdo a nuestros principios e ideologías y vivir de acuerdo a una inmensa responsabilidad social, ya que hoy estamos parados sobre los hombros de aquellos gigantes. No caigamos ante el nihilismo, la apatía y la indiferencia, que esto, solo sirve como herramienta para el conservador. Que aquella esperanza revolucionaria no muera y vivamos, estudiantes mexicanos, con la frente en alto. Nuestra historia está llena de mujeres y hombres dignos que entregaron su vida por las causas de la justicia social con la ilusión de construir un mundo mejor. Tenemos una responsabilidad con ellos. Y no podemos defraudarlos
Por: Ariadna Irena, Relaciones Internacionales, ITAM
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