Perseguir un sueño te puede costar la vida…o la libertad. Quien se enfrenta al sistema sabe cuáles serán las consecuencias. Nadie le gana al monstruo, al Leviatán. Sólo queda, para la posteridad, el registro mediático de la resistencia: el hombre desafiando el paso de un tanque; la mujer empujando a un soldado; los estudiantes cantando consignas.
Y si la ira aumenta, llegan las bombas molotov, los atentados y los mensajes de amenaza; el humo y el fuego insurgentes. Bernardo Atxaga retrata en su novela Esos cielos a una mujer que siguió una idea extrema. Irene, el personaje que vive la orfandad, el ostracismo, el limbo de haber participado en un grupo subversivo, tiene que vivir los años de cárcel y la condena de los suyos que la consideran una traidora.
Al salir de prisión, uno de sus primeros diálogos que mantiene con un chofer -que se queja del trato de sus patrones-, la muestra de cuerpo entero:
“-¿Por qué no protestáis?-dijo ella cambiando de tratamiento y levantando un poco la voz-. Convocad una huelga. Y si la empresa no cede, cogéis un autobús y lo quemáis”.
A lo largo de las páginas de Esos cielos veremos el viaje a la semilla de Irene. Su retorno al pueblo que la espera para criticarla. En un diálogo que mantiene, vía telefónica, con su padre le dice:
“Te aseguro que nadie irá a recibirme. ¿No te han dicho que ahora soy una traidora?” Y del otro lado la figura paterna le responde:
“Tus hermanos vienen poco por aquí. Y cuando vienen no cuentan nada. Así son las cosas cuando uno se vuelve viejo…”.
A lo largo del trayecto de regreso a Bilbao (su tierra) será hostigada por la policía secreta. Las únicas personas que la cobijarán son un par de monjas que entienden su camino rumbo a la redención.
Irene sabe que está sola, en el vacío, odiada por los suyos y asediada por los guardianes del Estado.
POR DANIEL FRANCISCO
Subdirector de Gaceta UNAM
@dfmartinez74
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