Misión Especial

Recuerdos de Semana Santa

La Semana Santa es tiempo de reflexión, agradecimiento y compasión. De recordar a mexicanos generosos y compasivos, amables, abiertos al mundo

Recuerdos de Semana Santa
Martha Bárcena Coqui / Misión Especial / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Vinieron a mi memoria estos días recuerdos de mexicanos que dejaron huella en mi familia. Los relaciono con la Semana Santa, pues compartimos con ellos estos días. 

Cuando llegamos a Hong Kong en 1991, buscamos conocer a la comunidad mexicana. Algunos recién llegados, otros con años en la excolonia británica. 

Dos personajes eran el pilar de la comunidad: Lupita Lee y Tony Martínez, ambos chino-mexicanos. Lupita Lee, hija de un empresario chino dueño de un hotel en el centro. Ahí se alojó un diplomático chino llegado a México, para repatriar a ciudadanos chinos, cuando Plutarco Elías Calles los persiguió. Lupita se enamoró de él, se casó y lo siguió de regreso a China. Al llegar descubrió que no era su única esposa, sino la segunda. Tuvo un hijo y después se separó, se fue a Hong Kong y luego a Malasia, donde fungió como institutriz de las hijas de una familia noble. Regresó a Hong Kong, su hijo se convirtió en un célebre dentista y ella en la mujer más querida y respetada de la comunidad. De su mano navegamos los retos de Hong Kong con mayor facilidad, conocimos las historias de las familias y a otros mexicanos. 

Tony Martínez nació en San Luis Potosí. Era un gran boxeador. Durante la II Guerra Mundial se enlistó en el ejército estadounidense y combatió en el frente asiático. Se hizo famoso por sus dotes de boxeo. Cuando lo conocimos se había retirado del boxeo y los negocios, aunque representaba al Consejo Mundial de Boxeo en Asia. Durante años importó de México la madera de guayacán o lignum vitae, originaria de México y Centroamérica y utilizada para fabricar ejes de barcos, pues es muy dura y resistente al agua.

Lupita y Tony eran muy amigos de los Misioneros de Guadalupe asentados en Hong Kong. En ese entonces las escuelas privadas de la colonia eran católicas y los misioneros mexicanos las dirigían o eran profesores. Todos hablaban el cantonés con fluidez y algunos también el mandarín. Conocían las costumbres chinas y nos transmitieron sus conocimientos y sabiduría. Por ellos aprendimos y entendimos secretos de la cultura china. Recuerdo en especial a dos ya fallecidos: el padre Carlos y el padre Rafael. El padre Carlos llevó a mi esposo, el Cónsul General, a conocer la isla de Shengchuan donde murió el misionero jesuita San Francisco Javier. Disfrutamos las comidas de dim sum después de la misa de los domingos.

En Macao había una orden de religiosas mexicanas. La superiora era la madre Verónica. Estaban a cargo de una guardería para mujeres trabajadoras. En cada visita a Macao íbamos a verlas y dejarles algo de comida mexicana que en ocasiones nos había regalado el capitán Carlos Angulo al frente del enorme buque Toluca, de Transportación Marítima Mexicana. A su vez nos pedían llevar presentes a su convento en México, cerca de la Basílica de Guadalupe. 

Mi reconocimiento y gratitud a todos ellos, siempre generosos, compasivos y entregados en su trabajo, con todos los mexicanos y latinoamericanos que llegaban a Hong Kong y Macao. 

POR MARTHA BARCENA COQUI

@MARTHA_BARCENA

EMBAJADORA EMINENTE

EEZ

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