Algunas personas logran trascender el tiempo para convertirse en símbolos históricos de lucha y valentía. Este es el caso de Malala Yousafzai, quien, armada de coraje y determinación, ha dedicado su vida a defender el derecho a la educación de las niñas en un mundo que intentó acallarla. Entre balas y amenazas, Malala no cejó en su empeño. Cuando los talibanes intentaron silenciarla con un atentado en 2012, ocurrió algo extraordinario: en lugar de apagar su voz, esta se multiplicó en millones de gargantas. Su historia confirma una verdad incuestionable: «Cuando una niña se atreve a desafiar al mundo, el mundo entero tiembla».
Las calles en este 8M resonaron como nunca en un coro de voces de niñas que, al denunciar injusticias, hicieron eco del legado de Malala. Galeano lo advirtió: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar al mundo”. Los cambios históricos no solamente son obra de heroínas y héroes aislados, sino de “gente pequeña” tejiendo rebeldías cotidianas. Y hoy, esas rebeldías —verdes, moradas, urgentes— tienen nombre de niña.
Durante la marcha, me dediqué a entrevistar a mujeres, con especial atención a las niñas, cuya numerosa presencia me sorprendió. Entre carteles que alzaban consignas de rebeldía: «No somos el juguete de nadie», «Arriba la lucha, marcha conmigo», «Nunca dudes de tu valor; hay en ti una fuerza capaz de cambiar el mundo», «Protejamos a las niñas y a las mujeres», «Nos sembraron miedo, nos crecieron alas», «Menos machitos, más gatitos», «Un papá machista me hizo feminista» y «Mujer, si has sido violentada, píntanos». Al preguntarles por qué protestaban, sus respuestas resonaron con el mismo tono de exigencia:
“Marchamos por las mujeres que no son respetadas”, “Por el abuso sexual que sufrí años y no quiero que vivan mis amigas”, “Por sororidad: con mis amigas, mi familia y las que ya no están”, “Porque a nosotras nos matan solo por ser mujeres, y a ellos no” Por las que ya no están aquí y que van a meter entre las rejas a quienes les hizo daño”
En mis cinco años asistiendo a las marchas del 8M, nunca había presenciado algo así: una marea de niñas inundando las calles, exclamando justicia. Pero entre la esperanza, sentí un nudo en el estómago al escuchar historias como la de una niña con su hermana que llevaba el cuerpo pintado con sangre simbólica. «Me violaron durante años —me confesó—. Estoy aquí para que ninguna más sufra lo que yo sufrí». Junto a ella, un cartel desgarrador: «Me hice feminista por un padre machista».
A unos pasos, una joven sobreviviente de trata —sin nombre, sin rostro, sin pasado— lloraba en silencio con los ojos rojos. Había sido explotada durante años, reducida a mercancía en un país que borra identidades.
En un México que ocupa el 1er lugar mundial en abuso sexual infantil, y donde las adolescentes de 12 a 17 años representan el 80% de las desapariciones de menores de 18 años, su resistencia no es solo un acto de valentía: es una revolución. Frente a este panorama, la conciencia temprana sobre la violencia de género no solo previene agresiones, sino que construye cimientos para un futuro justo: cada niña empoderada hoy es un muro de contención contra las desigualdades del mañana.
Celebro la valentía de estas niñas que, claman contra un sistema que las devora. Sin embargo, me invade la rabia al confrontar la crudeza de un México donde la violencia sexual es un ritual de iniciación para miles, y las desapariciones de mujeres son cifras que se acumulan como polvo.
Por otro lado —y como he insistido en distintas ocasiones—, es urgente que los hombres asuman su lugar en esta lucha: no como héroes, sino como cómplices activos de un cambio que también los liberará. El patriarcado los encarcela en roles tóxicos, pero a las mujeres nos mata. Esta batalla no es de géneros: es por un país donde respirar no sea un acto de resistencia.
Mi admiración es infinita para esas niñas que, entre valor y consignas, convirtieron su dolor en himnos. Su voz ya no cabe en las calles: resuena en la historia. Y nosotros, los adultos, cargamos con una deuda impagable. Como escribió Susana Chávez: «Ni una muerta más». Ellas nos recuerdan que el futuro no se mendiga: se toma.
POR KARLA DOIG ALVEAR
ABOGADA CON MAESTRÍA EN POLÍTICAS PÚBLICAS, CONDUCTORA Y ACTIVISTA
@KARLADEALVEAR
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