Columna invitada

El triunfo de la violencia

La Real Academia Española define la empatía como el sentimiento de identificación con algo o alguien, añadiendo que implica compartir sus sentimientos

El triunfo de la violencia
Ignacio Anaya / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

La noticia me llegó como un puñetazo: 400 zapatos alineados en un rancho de Teuchitlán. En esta localidad de Jalisco, el Cártel Jalisco Nueva Generación operaba un crematorio clandestino y un campo de adiestramiento para una versión contemporánea de la leva. ¿Cuántas veces hemos normalizado el horror?

La Real Academia Española define la empatía como el sentimiento de identificación con algo o alguien, añadiendo que implica compartir sus sentimientos. Hoy parece que esa palabra divaga perdida dentro de la sociedad mexicana. Afortunadamente no es el caso de todas y todos, pero sí lo es de las autoridades, los políticos, los criminales, los propagandistas y quienes prefieren hacer la vista gorda ante lo que sucede en el país: las cosas no están bien. Lo triste es que no sé si alguna vez lo han estado.

Teuchitlán debería quedar grabado en la memoria como un recordatorio de que en México la clase política, en todos sus niveles, no puede garantizar la seguridad de su población y prefiere creerse realidades inexistentes o que únicamente existen para las clases más privilegiadas. ¿De qué sirven los discursos prometedores cuando familiares y amigos encuentran prendas pertenecientes a quienes buscaban con desesperación?

No vale la pena señalar partidos políticos específicos, porque cuando uno se detiene a pensarlo y observa que se repiten los discursos y las estrategias fallidas en todas las administraciones, entonces se da cuenta realmente de lo lejano que está el cambio. ¿En qué momento la política perdió la empatía?

Resulta desesperanzador pensar que, con el paso de los días, dejaremos de hablar de Teuchitlán. Me encantaría equivocarme, pero ya comienzo a ver indicios de que pronto será otro dato estadístico más. Parte de mí cree que uno de los mayores triunfos de los males que azotan nuestra sociedad es habernos arrebatado la capacidad de indignarnos ante esos horrores que hemos hecho parte de nuestra cotidianidad. Parece que aceptamos masacres y desapariciones como fenómenos inevitables. Esto ha generado una población (me incluyo dentro de ella) que no sabe cómo actuar y por ello se siente incapaz de participar en el cambio, aunque percibe que algo está mal.

Nosotros, los que observamos desde la distancia, tenemos que decidir si nos guiamos por la amnesia o mantenemos viva la indignación. ¿ Es ingenuo pedir el rescate de nuestra empatía?Perderla, creo yo, sería entregar nuestra humanidad.

POR IGNACIO ANAYA

COLABORADOR

@Ignaciominj

MAAZ

 

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