Los periodistas que trabajaban en la redacción del semanario Charlie Hebdo supieron cuáles eran los límites de la libertad de expresión el 7 de enero de 2015. Las balas derrotaron, ese día, al sentido del humor. El mensaje fue muy claro: burlarse de una deidad se castiga con la muerte.
Dos hombres que se identificaron con ISIS (Estado Islámico) se erigieron como los jueces supremos y asesinaron a 12 personas. La afrenta por las caricaturas publicadas sobre su profeta había sido cobrada.
Philippe Lançon, uno de los periodistas sobrevivientes de ese atentado, escribió en su libro El colgajo: "toda censura es sin duda una forma extrema y paranoica de crítica. La forma más extrema sólo podían ejercerla unos ignorantes o unos iletrados”.
En su testimonio está el eco de los últimos suspiros de sus colegas, de sus pensamientos sobre el periodismo y ese cuestionamiento que le planteó uno de sus compañeros: “¿por qué tenemos que respetar a quien no nos respeta?”
Desde el hospital compartía su situación: “De momento sólo me quedan tres dedos que salen de las vendas, una mandíbula cubierta con un apósito y unos pocos minutos de energía para expresarles todo mi afecto y agradecerles su apoyo y su amistad. Sólo quería decir esto: si hay algo que este atentado me ha recordado, cuando no enseñado, es por qué ejerzo este oficio en estos dos periódicos (Libération y Charlie Hebdo): por espíritu de libertad y por gusto de manifestarla”.
Lançon recordó el apoyo recibido por la opinión pública: “El 11 de enero a primera hora de la tarde, mi hermano me dijo: ‘Parece que ya hay una multitud en la manifestación. Si no estuviera contigo, estaría allí con ellos. Todo el mundo dice: Yo soy Charlie. Todo el mundo es Charlie".
POR DANIEL FRANCISCO
Subdirector de Gaceta UNAM
@dfmartinez74
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