Columna Invitada

La vida indirecta, la droga moderna

En esencia, ambas preguntas son caras de la misma moneda: la llamada vida indirecta

La vida indirecta, la droga moderna
José Lafontaine Hamui / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

¿Cuándo se dejó de vivir la propia vida? ¿Por qué estamos viviendo la vida de otras personas?

En esencia, ambas preguntas son caras de la misma moneda: la llamada vida indirecta. Este fenómeno es, quizás, uno de los desarrollos más alarmantes que se han generado en las últimas dos décadas. Impulsado principalmente por las redes sociales y una gran variable de distracciones tecnológicas, hoy en día tenemos a nuestro alcance muchas maneras de enfocarnos y concentrarnos en la vida de los demás, descuidando desde luego la nuestra, nuestra individualidad y originalidad.

Hoy permitimos que las posturas de personas que ni siquiera conocemos o que conocemos poco en las redes sociales nos impresionen y nos demuestren la parte y proyección que quieren mostrar de sus vidas. Y nosotros les devolvemos el gesto con un "like". Sin embargo, la realidad es que lo más probable es que les importe poco o nada, y que no presten tanta atención a ese "like" como nosotros les prestamos a ellos.

Los “influencers”, más que influenciar, dirigen y dictan lo que se debe hacer, dónde se debe ir, viajar y usar. En una de las manifestaciones más absurdas de esta vida indirecta, hemos pasado de vivir nuestra vida autónoma desde jugar videojuegos nosotros mismos (una simulación de la vida real) como lo hicimos en los 80 y 90 a pagar dinero para ver a jugadores de élite competir en nuestros videojuegos favoritos. Ver a adolescentes y, a veces, adultos imitar a otra persona bailando 30 segundos en TikTok es algo que me resulta difícil de comprender. Es una involución que nos lleva, cada vez más, a la imitación y a la pérdida de la originalidad y autenticidad, ya ni siquiera tocar el tema de la inteligencia artificial.

Narcotizados por la tecnología y adictos a la validación de otros, que generalmente ni siquiera conocemos, sacrificamos nuestro propósito y realización a largo plazo a cambio de bucles de retroalimentación a corto plazo impulsados por dopamina, creados por plataformas como Facebook, X (Twitter) e Instagram. Esto no puede ser saludable desde ninguna perspectiva.

A medida que la tecnología avanza por segundo; al ver a mis hijas una tarde simplemente absortas por horas en su celular, pierdo toda esperanza. Me hace aceptar con resignación que no se vislumbra un horizonte en el que esta tendencia social se detenga o se regule. La suspensión de TikTok en EE. UU. ni siquiera entró en vigor. Las herramientas de las redes sociales son irresistibles para la mayoría. Sin embargo, tal vez exista un área de oportunidad sobre lo que sí podemos controlar: cuán profundamente permitimos que la vida indirecta invada nuestra existencia. Este es un reto que cada uno de nosotros debe enfrentar.

El mayor daño de esta necesidad hacia la vida indirecta o vicaria es la distracción constante, todo el tiempo, en todo momento. En lugar de centrarnos en aquello que sabemos que deberíamos estar haciendo, nos dejamos llevar por innumerables estímulos externos. Hoy, más que nunca, es aplicable lo que escribió T. S. Eliot: "distraídos de la distracción por distracción".

No es solo culpa de las redes sociales. Vivimos en un mundo diseñado como un motor de distracción. Un día cálido y soleado, un partido de la NFL en la televisión, noticias de última hora, una llamada telefónica, un golpe en la puerta, una emergencia familiar, incluso un repentino antojo de un postre. Cualquiera de estos elementos nos aleja de aquello que realmente importa, de aquello que deberíamos estar haciendo, y de estar conscientes y dándonos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor, viviendo la vida en nuestro mundo interior y exterior, pero no en mundos paralelos como la red social moderna.

En última instancia, vivir la vida de otra persona, en lugar de la propia, significa renunciar a nuestro propio camino. Creo que lo único que nos queda es recuperar el enfoque y vivir según nuestros valores y objetivos, nuestra originalidad como la única forma de evitar quedar atrapados en esta dinámica de vida indirecta.

El hábito creado de ceder nuestro tiempo que es lo más valioso que tenemos y que no podemos recuperar jamás, como fuente agotable y de término incierto, así como centrar nuestra atención en otras vidas y momentos que ni siquiera sabemos si son reales o no, tiene consecuencias muy profundas. Una vida definida por distracciones nos aleja de nuestras metas y objetivos cualitativos personales y nos deja con una sensación de vacío, muy similar al consumo de azúcar refinada. Nos hemos vuelto consumidores en lugar de creadores, nos hemos convertido en seguidores y tratamos de vivir a través de la experiencia de otros nuestra propia vida. Lo que importa es impresionar y la opinión ajena, en lugar de conectar auténticamente.

La vida indirecta erosiona demasiado nuestra capacidad de enfocarnos. Cuando estamos constantemente mirando hacia afuera, dejamos de mirar hacia adentro. Perdemos el sentido de quiénes somos, de qué queremos y de por qué estamos aquí.

POR JOSÉ LAFONTAINE HAMUI

PAL

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